Cuando se haga una historia de la literatura y sus premios, sin duda los dos autores que mayor puesto de honor tendrán serán probablemente la sevillana María Sanz y el pacense afincado en Sevilla, Ramírez Lozano, que los cuentan casi por obra escrita. Entre ellos el Juan Ramón Jiménez, José Hierro, Fray Luis de León, Leonor, Ateneo de Valladolid, Azorín, Juan March, Camilo José Cela… Su último título, Motivos de sospecha, es un libro irónico, vital, flemático, reflexivo, metaliterario, confesional e indómito. Cuando uno se imagina algo por conjeturas está ante el espacio semántico de la sospecha. Siguiendo a Luca Banti, el poema es la sospecha de la realidad, una suerte de barrunto o conjetura, presentimiento o indicio. Así se nos presenta este original poemario donde Ramírez Lozano despliega una agudeza y arte de ingenio sutil donde está presente su visión sobre el mundo. En esta especie de estanque del mundo se adentra a través del oficio de la escritura toda vez que dejó lo que más le gustaba cuando tenía tres años: «espantar moscas». Ahora trata de construir ese mundo con palabras espantando también principios y rebelándose contra el todo y, a través de lo innombrable, busca el término justo que lo defina, la sopa de letras, la metáfora o la imagen que despliegue el alfabeto que le da sentido a esa realidad, aunque solo sea un atisbo de esta, tratando de mirar «lo hermoso en lo terrible» o lo despreciable en la virtud.

El discurso de la palabra sintetiza ese mundo en donde nada es ajeno y todo tiene su lugar y espacio, incluso la belleza con su propio dictado. Pero es consciente de que esta búsqueda de la palabra que defina la realidad tiene sus propias trampas, y necesita dejarles libertad a las palabras, incluso tratando de matar a la propia Muerte nombrándola. Es un ejercicio este que ya había dejado muy claro Wittgenstein con su Tractatus logicus philosophicus, donde asumía que la realidad la construimos con nuestro lenguaje siempre y algunos rasgos de este y la realidad no pueden expresarse en un lenguaje sensible, sino que sólo «se muestran» mediante la forma de ciertas expresiones. De ahí que Ramírez Lozano nos hable de «Poesía de lo inútil. De vez en cuando, el viento/ da la vuelta y se lleva/ las voces más allá de las palabras». Pero al mismo tiempo se crece con nombrarse.

Y en esa línea de creación se sustenta este poemario que nace desde lo metaliterario y conformación de la vida desde la palabra: «Quien dibuje otra línea tan falsa como el verso/ este con el que en vano me propuse/ traicionar el destino». Existe en su deambular ese juego con las palabras tanto como con su propio destino, con su propia existencia, y, en su recorrido, nos habla de la pasión del ser, de esa misión, de las querencias, de la mujer de su vida o del don de la ebriedad, pero también del discurso de Dios: «Dios es un ave que emigró/ y que en vano los hombres aguardan que un día vuelva».

Una lírica construida desde el distanciamiento para observar esa realidad desde fuera, «ajeno a las absurdas disputas de los hombres», renunciando a sus seguridades y sugiriendo efectos simbólicos en algunos de sus textos con presencias de hormigas, moscas, peces, caballos o los elefantes que tenía su abuelo sobre el televisor. Quizá por eso diga en «El mal poema» que «Nada hay tan odioso como verte/ de pronto en un poema que reclama/ tu fiel complicidad y, sin embargo,/ te niega a complacerte».

Su retórica es sugerente y ambivalente en determinados momentos, pero en otros es manifiestamente despejada: «La vida está en lo poco, ya lo sé». O cuando afirma que su «vida fue también/ la suma de otros tantos momentos por vivir». Esa pasión por lo no vivido y que nunca se podrá vivir tanto como por un nihilismo que lo confunde todo: «Quiero la nada sólo, la nada prometida./ Ni siquiera ese lápiz de mi infancia/ con que pintaba a Dios».

Al mismo tiempo su construcción nace desde la desmitificación y la supresión de las falsedades y las proclamas inútiles, por eso dirá quizá que «son los amigos/ que uno tiene entre muertos que entre vivos» o que escupe veneno cuando escribe. Y siempre la apuesta por lo humilde, lo breve, lo mínimo, la reflexión vital y la apuesta por lo no dicho: escuchar el mar, tentar de nuevo el árbol de la sabiduría, adentrarse en la oscuridad, «solo escuchar de nuevo el mar/ y en los confesionarios/ los pecados de la carne».

‘Motivos de sospechas’

Autor: José Ramírez Lozano

Editorial: Pre-Textos Ayuntamiento de Valencia

Valencia, 2021