E n una ocasión acusaron a Juan Gil-Albert de haber viajado poco, cosa que por otro lado no era verdad porque quien afirmaba eso olvidaba sus estancias en Francia o su exilio mexicano e hispanoamericano, y él contestó que no tenía mayor interés en ello porque aún no había acabado su viaje interior, viaje al interior de sí mismo.

Eso creo yo que son y deben ser unas memorias, una introspección a la búsqueda de quiénes somos, de cómo hemos llegado a ser lo que somos, un análisis de los elementos por medio de los cuales hemos terminado siendo quienes somos. Muchas veces memorias se confunde con autobiografía, cuando no tiene nada que ver una cosa con la otra, al ser, digámoslo así, géneros bien diferentes, según los cuales, en el primero el autor medita sobre los pilares de su persona y en la segunda narra su tiempo pasado e intenta explicar cómo se ha producido las cosas que han condicionado su personalidad.

El escritor Antonio Enrique (Granada, 1953) acaba de publicar sus memorias, asombrosamente bien escritas hasta la emoción profunda, en tres tomos titulados, el I, Los mamíferos extraños , el II, Lectura de nubes en el cielo y el III, Los días que paró el mundo (Ediciones Dauro, Granada, I enero/febrero, II enero/abril y III, septiembre de 2020).

El tomo I, Los mamíferos extraños , es deslumbrante. Por lo pronto modifica el canon clásico del formato literario de las memorias y formula una propuesta no basada en las anécdotas, maldades o loas habituales de aquellas cosas que le han sucedido al autor en su vida, sino, con propósito de concretar lo que durante la existencia ha supuesto interpretar el sentido de la vida, -¿qué es la vida sino el tiempo? «Básicamente, el destino es el tiempo que nos queda» y lo vivo, su memoria-, de la muerte, de las mujeres, del alma, de los hombres, de los amigos, de los oficios, de los sueños, incluso señalar cómo desfila la vida por nuestro interior, el valor que pueden alcanzar un par de besos de una alumna el día de la jubilación, la inmortalidad, los celos o el pasado.

Por tanto, la información sobre la biografía del autor es muy limitada, no quiere Antonio Enrique ir a la búsqueda del tiempo perdido ni hacer una crónica general, centrar su esfuerzo en la narración de escenas vitales más propias de las autobiografías, sino mostrar qué le ha conformado como es, de qué materiales se construye como persona, cuestiones como la teoría del caos según la cual el ser humano es resultado de un azar biológico en el que algo salió mal, y habla de la voluntad, la fatalidad, la conciencia, el primer amor, el destino, el control del alma, la eternidad, el universo entendido como el genoma de dios o los celos, todo ello en pequeños capítulos a veces mínimos.

En el segundo tomo hay más hechos singulares. Entra Antonio Enrique a describir relaciones personales y acontecimientos concretos, la creación del histórico Salón de independientes por medio del cual muchos escritores de finales del XX quisieron manifestar su protesta por el estado de la cultura, -pasaje polémico sobre el que aún queda mucho de qué hablar-, el nacimiento de la Diferencia como actitud generacional, sus llegadas a Valencia, le hace un homenaje a Gregorio Morales, cuenta viajes junto a Fernando de Villena, José Lupiáñez y otros autores, como García-Viñó o Soto Vergés o escenas muy divertidas con García Montero.

El tercer tomo, hijo del Vesubio invisible , que es como llama a la pandemia del coronavirus, está escrito condicionado por el confinamiento y en estas páginas de pronto adquiere un peso sentimental severo su compañera Trinidad, que va recorriendo las páginas y condicionándolas. Hay, ahora, un mayor desfile de nombres propios, lo que no había sucedido antes: García Martín, Valentín Arteaga, Felipe Aguado, Carmen Sanz, Samuel el kioskero de Guadix, las sesiones del Aula Abentofail, etcétera.

Y viajes por el País Vasco, Durango y Mondragón, sus internadas por las tierras de Trinidad en Aragón y, sobre todo, una meditación sobre la pandemia mundial que ha cambiado nuestras vidas hasta el extremo de que ha llegado a parar el mundo.

Unas memorias emocionantes y vivas, llenas de verdad, un viaje al interior de este autor, escritas con prodigiosa claridad, en un ejercicio literario bien relevante que en ningún caso debería pasarle desapercibido al lector culto.