‘La revolución interior.

Lev Tolstoi’. Autor: Stefan Zweig. Editorial: Errata Naturae. Madrid, 2019.

La casa de Leon Tolstoi (1828-1910) en Yasnaya Poliana, Tula (Rusia), en una finca de 16 kilómetros cuadrados, donde nació el escritor, vivió con sus 13 hijos y sus 350 esclavos y reposan sus restos, muestra lo poco que allí han cambiado las cosas. El despacho donde Tolstoi escribía está presidido por una foto en la que está allí mismo, ante la mesa, frente al papel, las piernas estiradas metidas en altas botas, una camisola blanca de esclavo, sujetada por un cinturón negro, y con la pluma en la mano en trance de escribir. Parece el juego de las siete diferencias, porque todo sigue exactamente igual que en la foto, solo falta él.

¿La visitó Stefan Zweig (1881-1942)? No lo creo, pero habría sido una revelación. Tolstoi, en los últimos años de su vida, arrobado de religiosidad, desentendido de lo material, incluso de su obra de creación, harto de que no acabara nunca Anna Karenina, enfrentado a las autoridades religiosas que le excomulgaron, vegetariano porque comer carne y matar animales era «un acto inmoral», donó sus bienes a sus esclavos de la finca, abandonó a su mujer y sus bienes, y se fue. Poco le duró la rebeldía, pues días después, a los 82 años de edad, falleció de neumonía en la estación de Astapovo.

Zweig, austriaco nacionalizado británico y muerto por suicidio en Brasil, biógrafo de Dickens y Balzac, de Verlaine y Dostoievski, hizo una selección de textos de Tolstoi, en preferencia filosóficos, de pensamiento y meditativos, los reunió, les añadió, de su pluma, un elocuente ensayo introductorio y un hermoso epílogo, «La tumba más bella del mundo», y al conjunto lo tituló de La revolución interior: Lev Tolstoi, libro que acaba de ser editado en español (Errata Naturae, 2019).

Reúne una tensa muestra del universo de contradicciones en las que vivió Lev Tolstoi, bien representadas en «El conocimiento de mí mismo», «Una crítica de mi tiempo», «Filosofía de la historia», «Lo que mueve a los hombres», «El rey asirio Asarhaddón», «Tres parábolas» o «Nicolás Varapalo», que ayudan a entender el significado que para Tolstoi tuvo «esa broma de mal gusto» a la que llamamos vida, contradicciones que nos vienen a mostrar el espíritu anarquista, la conciencia social, por las que de un modo claro, se puede y debe ser considerado el precursor de la revolución rusa.

Tenía que ser Stefan Zweig quien hiciera este trabajo, él que habitó la contradicción en su propio pecho. Considerando «no ario» por el III Reich, tuvo que huir de Austria y Alemania para ponerse a salvo, en un exilio total, físico e intelectual, que le mantuvo vivo para denunciar las barbaridades nazis, como Tolstoi había denunciado en su momento a los estados que permiten y encubren las injusticias.

Pero no bastaron las denuncias de Zweig. El universo nazi fue creciendo y él, convencido de que el planeta todo caería bajo su dominio, decidió, a los 60 años de edad, abrazarse a su mujer Frederike Maria, echarse sobre el lecho y acabar sus vidas por envenenamiento en Petrópolis, Brasil, un 22 de febrero. No quería ver lo que se les venía encima. «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra», escribió en su declaración al juez.

Iván de la Torre, en su prólogo a esta edición en español, afirma: «Uno escribe sobre los otros para hablar siempre de sí mismo», tal vez por esta razón, en los últimos años de su vida, Zweig dirigió sus ojos hacia ese gran anarquista, revolucionario y escritor excepcional que fue Tolstoi, para rescatarlo de su insensato silencio.