La novela La hija de la española comienza en el funeral de Adelaida Falcón, la madre de la protagonista, una maestra que ha sufrido una larga enfermedad, a quien entierran «con sus cosas, el vestido azul, los zapatos negros sin cuñas y las gafas multifocales», como en una caricatura de una faraona egipcia, solo que estamos en Caracas, en el Caracas de Maduro, en la Venezuela heredada de Chávez, fascinada por la figura de Simón Bolívar, porque a los hispanoamericanos, y a los venezolanos en particular, les encanta la figura de los dirigentes a caballo y con espada, en la celebración del mito.

El escenario es un país en derrumbe, en el que hay estudiantes violados con el cañón de un fusil, un país que chapotea en un régimen de terror, en el que se producen con absoluta impunidad torturas por parte de la policía, del Sabin o de los paramilitares que corren por las calles a pie o en moto, que asaltan personas o viviendas con total impunidad, y para los cuales todo vale.

Pero, al contrario de lo que pudiera parecer, no se trata de una novela de denuncia política, ni quiere ser heredera del realismo sucio que aprovecha el hilo de la historia para ejecutar sus denuncias, sino una novela entretenidísima, escrita con un claro sentido de la narratividad y de la amenidad. Una excelente novela, como hace tiempo que no leíamos y que está más cerca de la Patria, de Fernando Aramburu, que del Crematorio, de Rafael Chirbes.

Es el milagro de una joven periodista y escritora venezolana, Karina Sainz Borgo, nacida en Caracas en 1982, que se estrena como novelista con esta delicia, hija y nieta de españoles, vive en Madrid desde 2006, donde trabaja como periodista en Vox Populi, en Onda Cero o en El Mundo, y que, tras redactar esta historia, se presentó en la Feria del Libro de Frankfurt (Alemania) y la han querido comprar 22 países, sellos editoriales tan importantes como Gallimard o Harper Collins. Estas cosas suceden a veces, que una joven escritora, que hasta ahora solo había publicado Caracas hip-hop y Tráfico y Guaire. El país y sus intelectuales, los dos hace diez años, en 2008, al poco de llegar a España, se acerque a la narrativa y acierte con tanta plenitud. Ha nacido, desde luego, una gran escritora de la que ya se espera todo.

Entierran a la madre, estaba contando, con la decepción de que al velatorio solo van seis personas, entre ellas Ana, la hermana de Santiago, de quien luego hablaré, y alguna otra imprevisible, y cuando acabados todos los oficios, y dada la paz al cadáver, la hija regresa a casa, descubre que ha sido saqueada por los para militares bolivarianos a las órdenes de Maduro, esos que van por las calles apaleando manifestantes, o que con sus motos producen el horror de los ciudadanos, bramando por las avenidas de una ciudad y de un país perdido en el caos económico -no hay de nada ni en tiendas ni en farmacias-, en el caos político y moral, en la calamidad general, como constatación de que la supuesta revolución del socialismo del siglo XXI, no es más que una estafa permanente, que los arrastra a todos hacia el desastre.

NO ES UNA NOVELA POLÍTICA

Pero, insisto, no es una novela política. Estas conclusiones las saco yo como lector, no son situaciones declamativas como objetivo único de la autora. Sí hay algo del ejercicio de la crónica como material novelístico, es, una crónica de un tiempo, de un momento, de un país, de unas circunstancias, de una encrucijada, pero convertidas en una narración absorbente, con páginas sobrecogedoras como cuando cuenta la historia de Santiago, -el hermano de Ana a quien he citado antes- un prometedor estudiante, apresado por los chavistas hijos de la revolución, detenido, llevado al sótano del Sabin llamado La Tumba, porque es eso mismo por su tamaño, un espacio claustrofófico, donde es torturado, abusado hasta el extremo que se ve obligado a atracar e incluso a matar para poder sobrevivir... Pero es evidente que la novela parte del fin de la madre, orfandad que se proyecta también en el fin de la patria y de la esperanza, simultáneamente unas cosas y otras, porque tampoco hay padre, el padre, hace muchos años, cuando supo que había dejado preñada a la madre, salió corriendo y nunca volvió.

La protagonista, al regresar a casa y encontrarla desolada por los asaltantes que la han requisado, va a la casa de una vecina, Aurora Peralta, conocida como la hija de la española, y al entrar la encuentra muerta y junto a ella una carta por la que se le concede el pasaporte español, puente de plata para cambiar de personalidad, apropiarse del documento e iniciar una nueva vida con un nuevo nombre y los papeles en regla, huir del infierno y así neutralizar la permanente espiral de perdedores que engulle a los venezolanos, pues «‘Perder’ se convirtió en un verbo igualador que los Hijos de la Revolución usaron en nuestra contra».

La novela huele a verdad, a gases lacrimógenos, a algarada callejera, a miedo, y sobre este escenario se cuenta una historia emocionante, cautivadora, que convierte a esta novela en un acontecimiento literario, pero también social.