La palabra poética es, a veces, lenta y diáfana como el destello naranja de la luz en las praderas del atardecer; otras, sin embargo, es veloz, vertiginosa, como el resplandor de un rayo solitario rasgando el metálico añil de una ciudad. En la poesía de este libro se concentran la velocidad del rayo solitario y el destello naranja de la luz que cae muy lenta, como si fuese un pétalo de sol, sobre una colina de la primavera; a veces los versos nos golpean con contundencia, de un modo veloz, deslumbrando nuestros ojos ("Yo he venido / a ser ola a la vez que miro el mar" --pág.14--) y otras, en cambio, envuelven nuestro ánimo como una lluvia de pétalos de azahar ("Bajo las noches largas del filo de diciembre/ sigo buscando el musgo que me devuelva a casa" --pág.37--). Y es esa fusión feliz de lentitud y agilidad luminosa, destilada, lo que define a este libro de poemas rozados por una intemporal dulzura y, a la vez, por un sigiloso resplandor que los hace brillar como gemas diamantinas, aunque hablen algunos de inviernos o soledades, porque todos, al final, reúnen la textura de esa humanidad celeste, positiva, que abunda en otros poemarios de esta autora, la poetisa, sin duda, más importante del país.

Nacida en Jerez de la Frontera (1973), Raquel Lanseros ha ido construyendo en los últimos años un corpus lírico intenso y admirable, dando a la luz poemarios muy genuinos como, por ejemplo, Los ojos de la niebla (Visor, 2008), con el que obtuvo el premio Unicaja de Poesía, y, el anterior a éste, Croniria (Hiperión, 2009), con el que consiguió el Premio Antonio Machado y recibió el unánime elogio de la crítica y el público lector. Ahora en su nuevo libro, de un título tan singular, Las pequeñas espinas son pequeñas , con el que ha obtenido el premio Jaén, la poesía de Lanseros se hace aún más honda, reflexiva, y se reconcentra en temas esenciales como el olvido, la ausencia, la ternura, el amor, la nostalgia y la solidaridad con aquellos que sufren, como vemos en el poema titulado Premonición inversa , donde escribe: "Hay hombres condenados a la tela de juicio, / relámpagos sin dueño, hijos de las afueras" (Pág. 65), y unas páginas antes, en la pieza titulada El burlón mirar de las estrellas , la poeta nos dice: "La alegría de volver/ tiene mucho que ver con la tristeza/ porque todo regreso pertenece al pasado" (Pág. 49).

Dividido en cuatro apartados, titulados todos ellos con acierto, el poemario, excelente en su conjunto, es como un manojo de pétalos muy cálidos, filamentos de un sol cercano y familiar que anima y alegra al lector que entra en el libro buscando el frescor de esas casas de verano donde la penumbra es hermana de la luz. Dentro del poemario, hay piezas líricas de una belleza plástica muy cálida; entre ellas, podemos citar la titulada Compatriota de los robles , donde destellan imágenes sublimes, versos contundentes, luminosos, aunque sobrios en apariencia, como éstos: "A veces no encontraba la palabra nostalgia,/ otras me equivocaba al deletrear las señas" (Pág. 18), y otro poema también muy destacable, quizá el mejor del conjunto, es el titulado Villancico remoto , que, debido a su altura lírica, a su hondura emotiva, debiera figurar en cualquier antología de la mejor poesía española: en él Raquel Lanseros consigue aglutinar la alegría y la ternura, la melancolía más bella de la tierra en versos sublimes, imposibles de olvidar, que, aunque deben ser degustados en su conjunto, hemos de reseñar aunque sea parcialmente: "Yo tuve un cielo claro de abuelos y de estrellas,/ una casa en solsticio y un jardín en el alma" (Pág. 37). Así, con esa elegante y amable sencillez, la poeta elabora la arquitectura de un poemario en el que un sol lento, humilde y familiar inunda todas las piezas de una casa --la de la poesía-- en la que caen perennes pétalos de luz, fragmentos sutiles de una eterna claridad que, en estado de gracia, Raquel Lanseros ha sabido urdir en este poemario que el lector nunca olvidará.

'Las pequeñas espinas son pequeñas'. Autora: Raquel Lanseros. Edita: Hiperión. Madrid, 2013.