HISTORIAS DE CENTRO

El secreto que acabó en tragedia

El asesinato, ocurrido en el siglo XVI, fue «muy ruidoso en esta ciudad»

Cuesta que comunica la plaza de Jerónimo Páez con Alta de Santa Ana

Cuesta que comunica la plaza de Jerónimo Páez con Alta de Santa Ana / SÁNCHEZ MORENO

Hay que tener mucho cuidado y pensar bien a quién se confían los secretos, especialmente los grandes, y revelarlos solo si se tiene plena certeza de la amistad y absoluta discreción de nuestro confidente. Un error en la elección puede ser fatal porque la vida casi siempre da muchas vueltas y debemos asegurarnos, en la medida de lo posible, de la lealtad sin fisuras de nuestro cómplice para evitar males mayores. 

Y digo esto porque en el siglo XVI una imprudencia de una criada terminó en tragedia, en un asesinato terrible que acabó con la vida de una mujer a manos de su marido, quien, incomprensiblemente para quien mira con ojos de hoy en día, da nombre a la calle en la que ocurrió el asesinato: la Cuesta de Pero Mato.  

El escritor Teodomiro Ramírez de Arellano, a quien tanto he recurrido, relata lo que aconteció en su obra ‘Paseos por Córdoba’ (1873). Explica que en esta cuesta, que comunica la plaza de Jerónimo Páez con Alta de Santa Ana, vivía hacia 1575 el doctor Pedro Pera Mato, quien casó con Doña Beatriz, «cuyo apellido ignoramos», señala el autor. Cuenta la narración que su matrimonio iba de perlas (permítanme que lo dude) y que fruto de ese «entrañable amor» nacieron dos hermosas niñas. Pero, al parecer, uno de los Páez Castillejos - la familia noble que residía en el palacio que hoy alberga el Museo Arqueológico, que a su vez se asienta sobre el teatro romano de la ciudad - le puso ojitos a Doña Beatriz. Total, que se liaron la manta a la cabeza «e interviniendo una codiciosa criada, tomaron aquellas ilícitas relaciones». 

Hasta que un día «el carácter irascible de la señora le hizo cometer la imprudencia de maltratar de palabras y obras a la que era dueña de su secreto», es decir, a la criada, «y esta, vengativa en extremo, reveló al Dr. Pedro Mato el horroroso engaño de que era víctima». (Como ven, las señoras no salen muy bien paradas en la descripción). Así que la esposa infiel, con miedo de que su marido la matase o agrediera (no olviden que estamos en el siglo XVI), se refugió en un convento. El caso corrió como la pólvora y «una vez dado el escándalo, no se ocupaban en Córdoba de otra cosa, por más que en aquellos tiempos se hablaba siempre de los asuntos graves con un misterio que ahora no se conoce».

Al lío: los amigos del médico y hasta el propio obispo, de apellido Fresneda, convencieron a Pedro Pera Mato de que «por el amor que tenía a las dos niñas, perdonase a aquella la ofensa y la recogiese en su casa, dando palabra de no ofenderla, temerosos como estaban, tanto por el fuerte carácter del médico como por lo mucho en que estimaba su honra: consiguiéndolo al fin, y la señora volvió a la casa conyugal, donde empezó á hacer una vida tan recogida que ni salía a misa, puesto que esta la oía en un oratorio que al efecto le costeó su marido».

Parece que los ánimos se templaron y que así continuaron varios meses hasta que una noche, «ya fuese la criada en venganza de haberla despedido, ya algunos envidiosos del buen nombre y fortuna» del médico o el gracioso de turno, «colocaron sobre la puerta de la casa una cuerda llena de cuernos». Así que Pedro Pera Mato «al ver a su esposa, sintióse acometido de tal ira que, arrojándole a la cara la cuerda que quitó de la puerta, la agarró por los cabellos, y sin darle más tiempo que el necesario para encomendar su alma a Dios, la ahorcó con una toalla que encontró en aquella estancia: seguidamente recogió el dinero y alhajas que halló más pronto, y corrió a refugiarse en el colegio de los Jesuitas (en la Plaza de la Compañía) , de donde lo sacó la justicia, siguiéndole rápidamente su proceso y condenándolo a muerte». Pero se libró, porque se apeló la sentencia y le conmutaron la pena de muerte «por la de presidio en uno de los de África, de la que se cree fuese indultado por influjo del Duque de Medina Sidonia, a cuya protección se acogió, puesto que luego figuró en Sevilla con gran fama, casando a una de sus hijas, a quien dio cincuenta y cinco mil ducados de dote, además del que entregó a la otra para entrar religiosa en el convento de Santa Clara de Córdoba». 

«El suceso fue muy ruidoso en esta ciudad, escribiéndose de él varios romances y cantares». Y para colmo de los colmos, hoy la calle en la que cometió el asesinato, y en la que estaba su casa, lleva su nombre. En fin.