Diario Córdoba

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REPORTAJE

Un montillano con Toisón de Oro

Se cumplen 470 años del fallecimiento de Pedro Fernández de Córdoba, uno de los personajes más influyentes y valerosos de la corte imperial de Carlos I de España

El panteón familiar de la Casa de Aguilar se sitúa junto al sagrario de la basílica de Montilla. JOSÉ ANTONIO AGUILAR

Un 27 de agosto, pero del año 1552, exhalaba su último aliento el montillano Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, uno de los personajes más influyentes de la corte de Carlos V. No en vano, este valeroso militar, que durante 24 años ostentó el prestigioso Condado de Feria, llegó a recibir el Toisón de Oro, una de las órdenes de caballería más antiguas de Europa.

Nacido en Montilla el 5 de agosto de 1519, era hijo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que llegó a ser alcalde mayor de Córdoba en el primer tercio del siglo XVI, y de Catalina Fernández de Córdoba, segunda marquesa de Priego y señora de Aguilar.

Según Juan M. Valencia Rodríguez, doctor en Historia Moderna e integrante del Ateneo Republicano de Andalucía, Pedro Fernández de Córdoba pasó la mayor parte de su infancia en Montilla, contraviniendo así lo que había recomendado su padre respecto a la crianza de los hijos en Extremadura.

En diciembre de 1533, con apenas catorce años, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico le señaló tutelaje, conforme a la costumbre de la época, y siguiendo la tradición familiar de servicios a la Corona, acompañó al emperador en el intento de ocupación de Argel, que fracasó después de que un temporal destruyera la mayoría de las naves de la Armada, que habían zarpado desde las islas Baleares.

Al cumplir 22 años, el cuarto conde de Feria se casó por poderes con la jovencísima Ana Ponce de León, un enlace que, como subraya Elena Bellido, directora de la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, «despertó una gran expectación entre la aristocracia de la época», dado que sus descendientes directos estaban llamados a heredar los vastos dominios territoriales que componían los estados del marquesado de Priego y del ducado de Feria.

El valeroso militar se convirtió en persona de confianza del monarca y recibió los máximos honores

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Nacida en la localidad sevillana de Marchena el 3 de mayo de 1527, Ana Ponce de León era hija de los duques de Arcos. Sin embargo, la prematura muerte de su esposo puso en peligro la premeditada estrategia matrimonial, ya que su primogénito también falleció siendo niño, quedando como continuadora del linaje una hija pequeña, Catalina, a la que el ducado de Feria le negaba sus derechos hereditarios sobre las posesiones extremeñas por ser mujer.

«Ante tan complejo escenario familiar, Ana Ponce de León, que contaba 25 años de edad cuando quedó viuda, decidió consagrarse a la espiritualidad alentada por su confesor, el maestro Juan de Ávila», relata Bellido, quien recuerda que en el momento de su muerte, el 26 de abril de 1601, sor Ana de la Cruz Ponce de León «ya gozaba de una reconocida virtud y santidad que fueron cimentándose durante los más de 45 años que vivió en el convento de Santa Clara».

Unos años antes, Pedro Fernández de Córdoba se había granjeado las simpatías del emperador Carlos V tras su valerosa participación en la campaña frente al duque de Clèves y la Liga de Smalkalda. «Las crónicas que narran la toma de la ciudad destacan el comportamiento del conde de Feria, valiente, noble y caballeroso con el vencido», relata Juan M. Valencia.

Fruto de su heroico comportamiento, en 1545 le fue concedido el Toisón de Oro, que también recibirían el archiduque Maximiliano de Austria y el Gran Duque de Alba. Pese a su enorme prestigio, su delicado estado de salud le impidió aceptar su nombramiento como mayordomo mayor del príncipe Felipe y, más tarde, su designación como virrey de Navarra en 1548.

Se casó por poderes con Ana Ponce de León que, al enviudar, tomaría los hábitos en Santa Clara

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De maneras «finas y cortesanas», según el poeta Gregorio Silvestre, Pedro Fernández de Córdoba «heredó de su padre la afición a las letras y al saber» y, como detalla Juan M. Valencia, «acogió con agrado, como tantos nobles de su tiempo, las ideas de Erasmo», haciendo de su casa «una pequeña corte literaria».

En 1550, y durante su retiro en Extremadura, Pedro Fernández de Córdoba contrajo tercianas, una variedad de fiebre palúdica en la que los accesos febriles aparecen cada 48 horas, de modo que el conde de Feria pasaría los tres últimos años de su vida postrado en una cama. «Se trasladó a Priego en busca de una mejoría de salud, pero todo fue en vano, porque dos años después le reclamó la muerte», concluye el profesor Valencia.

Desde el 10 de septiembre de 1970, sus restos mortales se custodian en un panteón situado junto al sagrario de la Basílica Menor Pontifica de San Juan de Ávila de Montilla, bajo el imponente escudo heráldico de la Casa de Aguilar o de Priego, donde también se conservan los huesos de buena parte de su familia. 

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