Reportaje

Los últimos de Lepanto

La inminente reforma de la ronda del Marrubial transformará la imagen que aún pervive de un cuartel que sigue siendo casa de varias familias

El cuartel de Lepanto, en blanco y negro

A.J. GONZÁLEZ

Irina Marzo

Irina Marzo

El comandante López Ortiz, Joaquín para sus vecinos, recuerda aún, cuando entra en la Casa Ciudadana, la cantidad de guardias que hizo en aquel salón; o el patio principal, hoy pasto del abandono y los jaramagos, donde se hacían los actos solemnes y donde se entregó a la Reina Sofía la bandera del regimiento. Le pasa también cuando mira lo que será la Casa de la Solidaridad, donde él ve la parte que ocupaba tal batallón, o si pasea por lo que es hoy el parque de Madre Coraje, donde rememora las paellas que hacían los mandos militares y sus familias algunos domingos. También recuerda lo magníficas que eran las viviendas cuando él y su mujer las ocuparon por primera vez en 1975, y mira con nostalgia lo que queda de los dos únicos edificios del viejo cuartel que se conservan tal cual fueron siempre. «¿Para qué queréis fotos viejas si esto está igual?», pregunta.

«En Lepanto había piscina, bar, salones, capilla, jardines, botiquín y hasta orquesta; si no querías no necesitabas ni salir a la calle», reconoce este hombre de 81 años nacido en Calpe (Alicante), que pisó por primera vez el cuartel de Lepanto en 1974. «Llegué de Luque, donde ejercía de maestro, pero salieron unas vacantes de las milicias universitarias, solicité una plaza de teniente y me la concedieron». Desde entonces, el Ejército ha sido su vida y el cuartel de Lepanto, o más bien ya lo que queda de él, su hogar.

Los dos edificios que han resistido al desmantelamiento que experimentó el fortín a partir de los años 90 al pasar a manos del Ayuntamiento que le dio usos civiles, siempre albergaron las residencias de los oficiales (el primer bloque está clausurado en la actualidad) y la de transeúntes, que hoy y desde los años 80 ocupan cinco familias de militares en la reserva entre las que está la de Joaquín, que ha vivido aquí con sus hijos. Propiedad del Instituto de Vivienda, Infraestructura y Equipamiento de la Defensa (Invied), sus inquilinos, que las tienen en usufructo, ven con escepticismo qué pasará con ellas tras la remodelación de la ronda del Marrubial que acometerá en breve la Junta de Andalucía.

Uno de los bloques de viviendas que sigune en pie.

Uno de los bloques de viviendas que siguen en pie. / A.J. GONZÁLEZ

«La ampliación a cuatro carriles se quedará a metro y medio o dos metros del primer bloque y a unos siete, del segundo», explica Joaquín que también ha visto cómo esta semana operarios municipales derribaban parte del muro que perimetraba las viviendas para trasplantar a otro lugar un olmo centenario. «Sí, han dejado un buen boquete», apostilla.

Vista de uno de los balcones hacia la Ronda del Marrubial.

Vista de uno de los balcones hacia la Ronda del Marrubial. / Manuel Murillo

Los dos bloques, que ocupan una pastilla calificada en el PGOU como zona verde, están pendientes de ser expropiados por parte del Ayuntamiento, algo que no termina de ocurrir y que ya en tiempos de Rosa Aguilar se pretendió sin resultados. «Cuando reformaron el Casino militar iban a meterle mano a estos bloques, pero aquello se paró porque se pensaba que la expropiación iba a ser inminente», comenta el militar. «Así llevamos muchos años. Al último general que vino a visitarnos se lo dije porque me dijo lo mismo que ya había escuchado hace 10 años. Nos toca esperar, otra cosa no puedes hacer; tarde o temprano tendrán que darle una solución», reflexiona Joaquín que alberga la esperanza -- «bueno, no sé, eso son elucubraciones mías», dice-- de que la futura Base Logística del Ejército sea una salida para estas viviendas militares. «Aquí hay mucho espacio y se pueden construir más y pienso que los mandos que vengan a la base a lo mejor necesitan alojamientos», comenta.

Carros de combate en lo que hoy es el parque Madre Coraje.

Vehículos blindados en lo que hoy es el parque Madre Coraje. / FRAMAR

Opina que sería una forma de darle sentido a estos bloques que pese a ser uno de los pocos ejemplos de arquitectura regionalista de la ciudad no tienen protección de Patrimonio, según confirma el director del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), Juan José Primo Jurado, por lo que en principio no hay obligación de conservarlos. Precisamente, el también historiador recoge en su libro Córdoba, ciudad eterna (Almuzara, 2007) que el cuartel de Alfonso XII (quien colocó la primera piedra el 3 de abril de 1877), también conocido como de Lepanto, Sagunto o del Marrubial, «se construyó para asumir el incremento de tropas que se había producido en la ciudad». El Ayuntamiento cedió los terrenos y en la financiación de su construcción participó la Diputación. La primera unidad que ocupó el nuevo acuartelamiento, en 1885, fue el Regimiento de Cazadores de Villarrobledo nº 23 de Caballería. «Con una capacidad para 1.024 hombres y 589 caballos en 1904 fue ocupado por el Regimiento de Lanceros de Sagunto nº 8 y en 1918 se le añadiría el 4º Batallón de Artillería de Posición», explica Primo Jurado. Hacia 1931, el cuartel pasó a ser ocupado por el Regimiento de Infantería nº 45 que luego tomaría el nombre de Lepanto nº 2 y La Reina nº 2, permaneciendo allí hasta 1990, cuando se trasladó a la base de Cerro Muriano. Precisamente, la compañía que mandaba el comandante López Ortiz, la sexta, fue la primera que subió.

Imágenes de las viviendas en la década de los ochenta.

Imágenes de las viviendas en la década de los ochenta. A la dcha, vista de la garita. / FRAMAR

Miguel Ángel Roldán, presidente de la Asociación Amigos de los Patios de Córdoba y que pasó la mili en este cuartel bajo el mando de su hoy amigo Joaquín en el momento histórico de la muerte de Francisco Franco, recuerda la vida intramuros de aquellos días clave para la historia de España. «Recuerdo --dice el entonces cabo 1º-- que estuvimos durmiendo en el cuartel varios meses». Su entonces comandante también recuerda la tensión y cuando los visitaba el coronel para testar de primera mano «qué estaba ocurriendo en los cuarteles, qué se movía».

Herminio Trigo, en un acto tras la firma con Defensa para la desafección del cuartel.

Herminio Trigo, en un acto tras la firma con Defensa para la desafección del cuartel. / FRAMAR

Miguel Ángel también recuerda las interminables guardias en las garitas (había dos) y que no todo era tan de color de rosa cuando se salía a «dar barrigazos» por donde el arroyo Pedroche. Ya saben, historias de la mili. «A este cuartel le llamaban la Legión chiquita por lo duro que era», apunta rememorando también que había militares encarcelados por delitos graves y a los que veían a veces salir a pasear al patio. Para despedirse, Joaquín canta --«Del gloriosos Lepanto soy soldado, valiente y esforzado»--, el himno de Infantería, mientras espera, como los últimos de Filipinas, el final de la historia del cuartel que ha sido su casa.

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