Diario Córdoba

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festividad de todos los santos

De oficio, sepulturero

En la empresa Cecosam hay unos 25 enterradores de una plantilla total de 45 trabajadores | Los empleados de este sector creen que hay que tener empatía y educación

Luis Carrión, sepulturero del cementerio de San Rafael, cuidando del césped del camposanto. Óscar Barrionuevo

Es uno de los oficios más antiguos del mundo y uno de los que más futuro tienen porque siempre hubo y habrá muertos. En Córdoba hay unos 25 sepultureros de una plantilla de 45 en la empresa municipal de cementerios, Cecosam, que trabajan en los camposantos de la Salud, San Rafael, la Fuensanta y el de Santa Cruz. En estas fechas cercanas al Día de Todos los Santos su labor se hace más presente, aunque siga despertando cierto recelo y rechazo social. «Nadie dice para ligar que es sepulturero o que trabaja en un tanatorio», bromea Fernando Marta, capataz en la Fuensanta, que confiesa tiene que tirar de ironía y humor para superar los peores momentos de este oficio. 

Para acceder a su plaza, los profesionales de la sepultura tuvieron que estudiar la legislación de policía mortuoria, la normativa 104 de tasas municipales, el reglamento que rige el Ayuntamiento de Córdoba y algunos conceptos de riesgos laborales. Además se les presupone cierta destreza en albañilería y cierta fuerza física. De hecho, los exámenes que Cecosam tiene previsto celebrar en unos días incluyen por primera vez pruebas físicas (el lanzamiento de un balón medicinal como en Sadeco).  

Además los sepultureros aquí entrevistados consideran que hay que tener mucha educación y empatía. 

Fernando Marta: «Más desagradable es ser forense y tiene más prestigio»

A Fernando Marta le apodan el emérito porque está a punto de jubilarse. Lleva en Cecosam desde que la empresa se creó en el año 2002. Antes trabajó en la joyería y en el sector del mueble: «Estaba en la joyería y entré en la hoyería a hacer hoyos», bromea este cordobés que confiesa que al principio le costó aclimatarse al nuevo trabajo y que aún hay cosas a las que no podrá acostumbrarse nunca. 

«Enterrar al abuelito de 90 años es llevadero, pero no que los padres entierren a los hijos, pues no. ¿Cómo se supera eso? Tienes que asumirlo como parte del trabajo y pasar página aunque sea bromeando con los compañeros», explica consciente del recelo que despierta el oficio. «Está claro que cuando va a ligar uno no dice que es sepulturero. A First Dates no ha ido ni uno de los míos o no lo ha dicho. Menos mal que mi mujer ya me conocía de antes», comenta divertido. Pasado el tiempo, Fernando reconoce que ya mira la profesión con otra perspectiva. «Más desagradable es ser forense y tiene mucho más prestigio», opina.  

Fernando Marta, en el cementerio de la Fuensanta. Óscar Barrionuevo

Y es que a pesar de todo, a Fernando le gusta su trabajo, sobre todo la parte organizativa, y presume de las instalaciones de Cecosam y del trabajo que realizan sus compañeros con esmero. «Nos esforzamos mucho para que todo esto esté limpio y bonito siempre, y más estos días de gran afluencia por el día de los Santos, aunque creo que esta tradición se va perdiendo poco a poco».  

Considera que para trabajar como sepulturero y en el sector funerario en general hay que tener mucha empatía, ser muy humano en los servicios y darse cuenta de que la gente está pasando por sus peores momentos. «Como te equivoques lo pagas, pero si lo haces bien la gente te lo agradece», dice. 

De toda su trayectoria recuerda solo entierros muy dolorosos como «el de un bebé que llegó solo en el coche fúnebre y al poco tiempo llegó una mujer, inmigrante, muy joven, andando y sujetándose el vientre con una mano. Era la persona más sola del mundo, no tenía a nadie aquí y no tenía dinero ni para flores, que terminamos comprando nosotros de la pena que nos dio», recuerda aún con emoción. 

Por contra, también tiene un puñado de anécdotas divertidas como a aquel que enterraron con una botella de vino porque le gustaba mucho beber, o con un par de linternas encendidas porque le daba miedo la oscuridad, o como la de una señora que estaba que si sí que si no veía el cadáver de un familiar hasta que él le pregunto si quería verlo o no. Entonces me preguntó: ¿pero está muy mal? A lo que le contesté: hombre, señora, lleva 20 años muerto, cómo va a estar el pobrecito». 

Cuando le toca al sepulturero pasar por el trance de la muerte de un familiar, el rito funerario se ve «de diferente manera» porque al sepulturero le ocurre «como el médico que opera todos los días pero que un día tiene que operar a su niña». A Fernando le ha cambiado la percepción de la muerte desde que trabaja en el cementerio. «Antes pensaba que la muerte tocaba como la mili, por edad, pero no es así, la muerte no va por tocas y aquí te das cuenta rápido». 

El trabajo de un sepulturero, explica Fernando, es muy variado y no se deja de aprender. En el cementerio de la Fuensanta, la tarde que se hace esta entrevista, está programado el entierro de un musulmán. «Las personas de religión islámica se entierran directamente en la tierra con un sudario de lino, sin embargo al lugar del enterramiento tienen que llegar obligatoriamente en caja. Cuando son muy religiosos no quieren que toquemos al difunto y son los familiares quienes lo gestionan todo. El cadáver se entierra sin el ataúd, colocado de lado y mirando al sol naciente», relata. 

Antonio Rivas: «¿Miedo? El único miedo que tengo es a morirme»

En el cementerio de la Fuensanta se afana Antonio Rivas, trabajador de la empresa municipal de cementerios de Córdoba desde su creación. Antes trabajó en la albañilería, por lo que la mayor parte del oficio la traía ya aprendida. Los aperos e instrumentos del albañil y el sepulturero son prácticamente los mismos con alguna máquina específica como el elevaféretros. 

Antonio es irónico y cuando se le pregunta si le gusta su trabajo responde que gustar, gustar, lo que le gustan son los garbanzos, lógico. Con todo, cuando va a otros pueblos o ciudades con su moto uno de los lugares que procura no perderse son los cementerios. «Si quiero conocer el pueblo me acerco al cementerio. Visto el cementerio, visto el pueblo. Según tienes a tus muertos, así están los vivos», declara filosófico aunque no entra en cuestiones estéticas. «Si el cementerio lo tiene fetén eso dice mucho del pueblo; que luego las lápidas tengan flores de plástico o naturales, ahí no voy a entrar porque hay economías y economías», resume y recomienda visitar los cementerios sobre todo sin son antiguos. En la ciudad de Córdoba, por ejemplo, el de la Salud y el de San Rafael que están «mucho mejor» que cuando Cecosam se hizo cargo de ellos. «Al ser cementerios más viejos necesitan más reparaciones, aunque se han hecho muchas, muchas, mejoras. El que viera los cementerios hace 20 años y los ve ahora es que el que se ha dado cuenta de esos cambios», dice orgulloso. 

Antonio Rivas, rodeado de lápidas en el cementerio de La Fuensanta. Óscar Barrionuevo

También para Antonio lo más difícil es enterrar a una persona joven o a un niño. «Todavía me acuerdo del primer servicio que hice de un niño. Eso para mí fue un pelotazo, terminando el servicio me tuve que tirar de la plataforma porque no aguantaba más», recuerda. 

A veces la única manera de escapar de ese dolor es el humor y, como en todos los oficios, aquí también se dan situaciones cómicas. Antonio recuerda una vez que vio a unos chavales dando vueltas, perdidos, buscando la tumba de su abuela que se llamaba María. Para ayudarlos llamó a su compañera de administración, que casualmente se llamaba igual que la difunta. «Cogí el walkie y dije: María, ¿me escuchas? Todavía recuerdo el salto que dieron los dos chavales: que la vas a buscar por ahí, me dijeron». 

Lo que no ha visto nunca son cosas raras, fantasmas: «Bueno de eso hay un montón pero vivos». «¿Dices si he tenido miedo? A mí que me va a dar miedo. Miedo a morirme, claro, igual que a todos», concluye.  

Luis Carrión: «No pienso en la muerte y creo que no me voy a morir nunca»

Luis Carrión terminará el próximo 4 de febrero su vida laboral después de trabajar en Cecosam como sepulturero y jardinero desde hace 20 años. Entró siendo creyente y sigue siéndolo. «Pienso que puede haber algo más, aunque siempre te cabe la duda», reflexiona. 

Los empleados de este sector creen que hay que tener empatía y educación

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A este oficio duro para muchos llegó desde otro no menos duro: autónomo del comercio, por lo que podríamos decir que tenía ya un máster en sofocones. «Cuando salió la oportunidad, me presenté al examen y fue un acierto porque cambió mi vida totalmente», recuerda este cordobés que se define como un hombre vitalista, optimista y muy sentimental. «Aunque parezca una incongruencia lo que más me gusta de este trabajo es el trato con las personas y el poder llegar o ayudar a las que tienen que pasar por este momento tan duro», comenta. Lo que menos, parece obvio, es que «a veces te pones en el pellejo de la gente, piensas que podría ser uno de los tuyos el que ha muerto y lo pasas muy mal».  

Luis Carrión, en el cementerio de San Rafael. Óscar Barrionuevo

Psicológicamente no debe ser muy aconsejable en este oficio ponerse en la piel del otro, empatizar, algo que --explica Luis-- le resultaba inevitable al principio cuando empezó a trabajar aquí. Luego, dice, «tu misma mente es la que te lo hace ver como una rutina y digamos que lo mecanizas». 

«Hay que tomárselo por el lado de ayudar a los demás, como el médico o el bombero. Aquí al fin y al cabo vemos el desenlace, a las personas llorar y pasarlo mal y el cadáver, pero hay otras profesiones que tienen que ver morirse a la gente o ver a la persona por ejemplo en un accidente, eso lo veo peor». 

Así y todo sigue sin acostumbrarse al entierro de un niño o de una persona joven. «Hay personas que vienen a diario a ver a su familiares y aquí al cementerio de San Rafael viene cada día una pareja a ver a un hijo que se le murió y lo hacen con la hermana del niño a quien han querido inculcar el cariño al fallecido», cuenta emocionado. 

Piensa Luis que la muerte nos enseña mucho pero que a los entierros llegan a veces los familiares sin ser conscientes del duelo: «Muchos no se dan cuenta de lo que está pasando hasta que empujas la caja hacia dentro, cuando saben que se va a quedar ya dentro del nicho, ahí es donde se quiebra la gente». 

Lo que más le llama la atención es que aunque no hay muchas personas así, hay quien es capaz de «tomarse con filosofía» la muerte de un familiar y no hacer el duelo de la manera tan dramática a la que estamos acostumbrados e «incluso anima a los demás». 

Con todo, la paradoja de este trabajador es que pese a vivir rodeado de muertos dice que casi nunca piensa en ello. «No pienso casi nunca en la muerte, para mi era como un miedo pero ahora lo veo como algo rutinario. Es más, yo en particular creo que no me voy a morir nunca. No pienso en la muerte», afirma rotundo, si bien matiza que su deseo es ser incinerado. «Estás harto de ver en las exhumaciones cómo queda la cosa y prefiero la incineración más que nada para no dejarle la responsabilidad de tener que venir aquí a nadie». 

Cree que para ser un buen sepulturero hay que tener unas condiciones físicas y unas habilidades manuales para el oficio, pero sobre todo tener entereza mental y un buen trato con la gente, lo que aprendió sobre todo de su compañero Lázaro. «Aquí hay que tener respeto y guardar el decoro siempre por el lugar donde estás». 

Aunque estos días son de mucho tránsito en los cementerios cordobeses por los Santos y los Difuntos, Luis cree que la tradición va de retirada y que la gente joven sigue viviendo de espaldas a la muerte porque «la ven muy lejana».

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