Diario Córdoba

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REPORTAJE

Las Ermitas, espíritu de la Sierra

Este recinto místico, recién declarado Bien de Interés Cultural, forma en conjunción con los hermanos carmelitas que lo habitan un lugar inimitable de retiro y entrega apartado de la ciudad

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Las Ermitas de Córdoba A.J.González

No pasan más de dos horas y media desde que se reúne en la capilla con los hermanos cuando el padre Pedro abre las puertas de Las Ermitas. El reloj marca las 10.00 y, a pesar de ser entre semana, varias personas se congregan en la entrada. Impacientes en algunos casos por acceder al recién nombrado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Consejería de Cultura. Quienes conocen aquel espacio buscan, en primer lugar, unos botijos cargados de agua fresca para saciar la sed del camino. Es verano y el calor, desde primera hora, aprieta. Eso no impide que el padre Delfín, ataviado con un sombrero de paja y unos guantes de jardinero, acabe de subir un empinado sendero cargado con una alta escalera. Los 18 años de retiro en aquel rincón de la sierra quizás ayuden a recorrer, sin inmutarse, los caminos que conectan las 13 ermitas del recinto. Ni siquiera se entrecortan sus palabras cuando sube y baja, observando de un lado a otro un lugar que considera «muy bonito» pero que, por encima de todo, es sitio «de paz, de silencio». Un crujir de hojas secas acompaña sus pasos. En sus espaldas carga más de 80 años y una vida de dedicación al encuentro de Dios.

Un visitante atraviesa el paseo de los Cipreses, en el interior de Las Ermitas. A.J.GONZÁLEZ

Muchos antes se entregaron a ese afán, mediante el ora et labora que marca el vivir monasterial y que a día de hoy practican tres hermanos de los Carmelitas Descalzos en la falda de Sierra Morena.

Quien mejor conoce aquellos senderos probablemente sea el padre Pepe, que suma más de 30 años en las alturas de Córdoba. Casi el doble que su compañero Delfín, que se compara con las hormigas que encuentra recolectando comida cuando baja la vista al suelo. Como estas, asegura que trabajan los tres hermanos, porque, debido a su edad, no se ven dando muchos trotes. Aun así, no deja de caminar. Se encargan de la recepción y se reparten tareas como el desbroce de hierbas. Y una gran parte del tiempo la pasan rezando. Así, durante años.

La conocida calavera de la hornacina, sobre versos grabados en piedra. A.J.GONZÁLEZ

La historia de Las Ermitas se remonta al siglo XV, a los primeros religiosos que poblaron, dispersos, los cerros. Tuvieron que pasar tres siglos para que se reagruparan. En 1703 comienzan a edificarse y allí vivieron los ermitaños hasta 1957. Con la extinción de aquella congregación, los Carmelitas Descalzos empiezan a habitarlas y realizar su particular retiro espiritual. Pero, como aclara el padre Delfín, llevando una vida de comunidad, más propia de los cenobitas. Actualmente están tres y «por lo visto, dentro de nada, ninguno», dice el religioso. El motivo, explica, es que quieren unir las dos comunidades carmelitas y tienen que «bajar» a Córdoba. «Esto lo han organizado de tal manera que, en lugar de frailes, se van a quedar personas que llamamos seglares, carmelitas pero seglares, no son religiosas», cuenta. A eso se suma, añade, su avanzada edad para vivir tan lejos de la ciudad.

El padre Pedro y el padre Delfín, en la entrada. A.J.GONZÁLEZ

Patrimonio protegido

Para el padre Pedro, «siempre el declarar bien cultural un patrimonio invita a los que no lo conocen o a los que lo conocen a profundizar y visitar esos lugares porque tienen mayor importancia, ya no solamente local, sino para la universalidad de los turistas o de las personas que quieran venir a buscar algo nuevo a la ciudad». Y continúa diciendo que «este nuevo título será un reclamo para visitar algo que realmente no hay en ninguna otra ciudad».

El padre Delfín entre las tres cruces de una ermita. A.J.GONZÁLEZ

Los hermanos carmelitas aseguran que en los últimos años «ha cambiado el interés de la gente por visitar Las Ermitas. Antes venía muy poca gente y ahora va creciendo. Cada año se van interesando más por visitar. Creo que por la propaganda y por descubrir unos valores que antes no estaban lo suficientemente publicados», explica Pedro. A pesar incluso de que la pandemia cortó, cuentan, la oportunidad de ofrecer alojamiento a personas y grupos, como se venía haciendo años antes.

Al padre Pedro no le cabe duda de que «lo que más se valora es el lugar de retiro, de espiritualidad, de soledad, de paz, de tranquilidad». Para el religioso «no solamente es el entorno», sino la esencia sagrada que «se respira» y que «invita a hacer algo especial». Los grabados en piedra y escritos distribuidos por todos los rincones animan a la vida contemplativa y a no olvidar la más honda naturaleza humana.

Uno de los miradores del recinto. A.J.GONZÁLEZ

Las puertas del recinto espiritual abren una entrada a los caminos trazados durante siglos por afanosos buscadores de un sentido, de un contacto cercano, quizás, con Dios, en las lejanías de la urbe, a kilómetros del ruido. El vaivén de visitantes, sin ser excesivo, no cesa durante la mañana. El padre Delfín atraviesa el paseo de los Cipreses. Cada uno de los hermanos regresa a sus labores y se mimetiza con un entorno que reverbera en ellos y los convierte, pareciera, en una parte inseparable.

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