Se nos ha muerto el amigo entrañable, el que llevas muy dentro y para el que no cuentan ni tiempo ni distancias. Lo recuerdo en el Bar Siboney, que servía al unísono para parlamentar esencialmente con gentes flamencas y a modo de agencia donde se medio formalizaban futuros proyectos. Y también como un día tomando café comenzaron a oírse explosiones y volar por los aires bombonas de Carburos Metálicos.

Paco, del que soy torpe discípulo, sabía mucho de flamenco; Manolo Silveria llegaba a la hora del café de tarde y por allí aparecían Mariano, Antonio de Patrocinio y un largo listado, pues el personal tenía para sí que saldría sabiendo mucho más tras escucharlo. Y recuerdo que hablábamos de Historia -en la que llegaría a licenciarse- y de algunas otras cuestiones que venían al caso, como nuestra afición común al fútbol a pesar de ser él merengue y yo culé en franca minoría. Y fue tal que nos plantamos en Los Cármenes, nuestro común amigo Fernando Medina, él, yo, y otros tantos; el amigo Fernando hizo las delicias del personal con un cante que agradeció el personal, pues prometía acabar él solo con la canícula. No recuerdo si ganó el Madrid o el Granada, y sí que aliviaron mi mili en Granada.

Nuestra amistad fue muy sólida sin que importara la frecuencia de nuestros encuentros, ya que el arraigo hacía el resto. Cuentan en ese arraigo su madre, Lucía, su hermano Juan y cuantos allí se acercaban de la familia o no, y me evocan a modo de despedida los ecos huelvanos de donde proceden él y su casta, con un hasta siempre y a él referido.

Aunque me voy no me ausento