El Ayuntamiento de Córdoba ha activado esta semana el plan Ola de Frío para personas sin hogar que, como cada año, habilita unas 40 plazas extra para dar cobijo por la noche en los meses de invierno a personas que viven en la calle. En la actualidad, la casa de acogida municipal y la casa Madre del Redentor de Cáritas tiene una lista de espera de más de 100 personas. Pese a ello, las unidades de emergencia social de Cruz Roja y Cáritas, que patrullan las calles en días alternos, seguirán atendiendo a otras 40-50 personas (la cifra varía de un día a otro) que, pese a la bajada de las temperaturas, dormirán sobre cartones o colchones viejos en algún rincón de la ciudad.

Las entidades que conforman la Red Cohabita están preparando ahora el recuento actualizado de las personas sin hogar que hay en Córdoba, pero la impresión general de las entidades sociales es que la crisis derivada de la pandemia ha hecho que la cifra crezca. Además, «cada vez hay personas más jóvenes», asegura Isabel Lozano, responsable del programa de Atención Integral de Personas sin Hogar de Cruz Roja, que llegan a esta situación «por distintos motivos, desde problemas de salud mental a conflictos familiares, entornos vulnerables y chavales institucionalizados que al cumplir la mayoría de edad se quedan en la calle». Junto a ellos, hay una población fija de casos crónicos.

Dos mujeres instaladas en el Bulevar de Gran Capitán. MANUEL MURILLO

El recorrido nocturno de la unidad de Cruz Roja lo confirma. Ángel Luis, un voluntario veterano, es el referente del grupo esta noche. El primer punto de encuentro está en los aparcamientos de la plaza de toros. Allí se concentran varios jóvenes pidiendo ayuda. Son extranjeros, no hablan bien el español, pero se apañan para dar sus datos y reciben un caldo caliente y una bolsa con embutido, pisto, magdalenas, quesitos, pan y agua. En esta época del año, la presencia de marroquíes es mayor. Muchos pasan por Córdoba, de paso a la provincia, en busca de trabajo en la campaña de la aceituna.

Isabel conversa con los voluntarios de Cruz Roja. MANUEL MURILLO

La ruta continúa en dirección a la Subdelegación del Gobierno. En las proximidades esperan dos hombres, uno más joven que no quiere hablar, y otro mayor. «Soy Francisco Bermejo, de Córdoba, y tengo 69 años», explica. «Llevo cinco años viviendo en la calle, desde que me divorcié y me tuve que ir de mi casa a dormir en un cajero», añade. Hace años que está en el paro, pero antes trabajó en mantenimiento, en Sadeco, de herrero... «Tengo familia, diez hermanos, pero como si no los tuviera», afirma. «Nadie te quiere cuando tienes problemas», indica. Afable, acepta gustoso el caldo y la bolsa de la cena. «Esta noche duermo en un almacén de un amigo, en una colchoneta», explica. Tiene una pensión de 600 euros, «pero alquilar un piso cuesta 400 y no me llega». Se saca unos ingresos extra haciendo rifas, cuyos boletos vende en los bares. «Lo peor son las noches a la intemperie, los días pasan rápido», asegura. Ya no tiene esperanza en un futuro mejor. «No creo que pueda salir de la calle», confiesa mientras se frota las manos.

Francisco, de 69 años, vive en la calle desde que se divorció. MANUEL MURILLO

La siguiente parada lleva a los voluntarios, cinco de ellos jóvenes comprometidos con la grave situación social provocada por la pandemia a visitar a una mujer, Antonia, que vive sola en una pequeña tienda de campaña en un lugar perdido al que se accede por un camino de tierra. «No quiero hablar con periodistas ni fotos, ya he hablado mucho y ¿para qué?», dice arisca. Tendrá unos 55 años. No padece problemas mentales ni consume drogas, pero no quiere vivir en sociedad. Acepta la visita de Cruz Roja y el caldito tras lo cual se despide y, enfundada en un chubasquero, se queda a oscuras en su casa de plástico. La noche es fría y hay quien espera la visita en los lugares convenidos. Otros no quieren ver a nadie. En la avenida de Cádiz, alguien duerme en un cajero y rechaza el caldo y la comida, así que la ruta continúa. En Doctor Fleming, el cajero está vacío. Los voluntarios dejan en la puerta la cena. «Tiene los cartones preparados, está al caer», comenta María, la benjamina del grupo, de 18 años, y la más veterana junto con Ángel Luis. «Llevo año y medio de voluntaria, siempre me ha gustado entregarme a las personas vulnerables», afirma convencida. A su lado, Maite, de veintipocos, sonríe y asiente: «Yo empecé al ver la cantidad de gente que lo estaba pasando mal por la pandemia, quería ayudar de algún modo».

"Llevo año y medio de voluntaria, siempre me ha gustado entregarme a las personas vulnerables"

María - Voluntaria de Cruz Roja

Durante el confinamiento, el Ayuntamiento de Córdoba se hizo cargo de las personas sin hogar, a las que alojó en el colegio Mayor Séneca, primero, y durante el segundo estado de alarma, en varios hostales, pero desde el 9 de mayo esa cobertura social tocó a su fin y las cosas volvieron a la situación prepandemia. Según José Luis Rodríguez, director del hogar de Cáritas, «los centros están siempre llenos y después del verano ha aumentado la lista de espera».

Los perfiles han variado poco. «La mayoría de personas sin hogar son hombres de los cuales un 70% son españoles y un 30% de otras nacionalidades», señala. Los problemas de empleo y la falta de vivienda social estancan las posibilidades de integración social, según las organizaciones. Tampoco ha mejorado la atención a la personas con problemas de salud mental. «Se han dado pequeños pasos con personas en situación muy grave, pero sigue sin haber atención directa en calle», explica José Luis. En abril se inició una colaboración con la fundación Faisem, pero, según Isabel Lozano, «no hay un protocolo con Salud para estos casos».

Hace dos horas que anocheció. En el Bulevar Gran Capitán, varias personas preparan el hueco donde dormirán en los soportales de un banco. Es curioso que las instalaciones de los bancos sirvan de refugio a estas personas, desahuciadas de sus casas muchas veces por esas mismas entidades. Josefa tiene 70 años y cáncer de hígado. «Estábamos en una pensión, pero nos han echado», afirma. A su lado, una joven se queja de que está en la calle desde que le quitaron a sus hijos. «Tenemos derecho a una vida», lamenta Josefa. El rosario de historias rotas continúa a lo largo y ancho de la ciudad. Junto a la muralla del Marrubial espera un grupo de diez personas, entre ellas, Isabel, por cuyo aspecto sería difícil adivinar que no tiene dónde ir. «Tengo 45 años y duermo en la calle desde hace tres; mi exmarido me echó con mi hijo y lo tuve que entregar a la Junta», comenta serena. «Duermo en un rinconcito con mucho miedo de que me pase algo, en la calle no vives, sobrevives a duras penas, eres invisible y si pides trabajo y cuentas cómo estás, nadie te quiere», afirma.

"Duermo en un rinconcito con mucho miedo de que me pase algo, sobrevivo a duras penas"

Isabel - Persona 'sin techo' en Córdoba

A su lado, otro joven, con pijama y chaquetón, espera el caldo y la bolsa. Se llama Manuel y tiene 18 años. «Llevamos casi un año en la calle, yo y mis primas, a mi padre lo veo de vez en cuando, mi madre se fue con un tío y no volvió, así que estoy con mi prima, que es como mi madre desde que tenía 7 años», cuenta. Para Manuel, que acude a menudo al comedor trinitario y se busca la vida «quitando cejas por 2 o 3 euros», lo peor de la calle empieza ahora. «El frío lo llevo muy mal, se te mete en los huesos, es horrible», comenta. De los días de lluvia, mejor no hablar.

El grupo de voluntarios se despide de ellos hasta el próximo día y sigue su camino. Ángel Luis, que ha enrolado en la misión a su hijo de 20 años, se embarcó con Cruz Roja cuando su mujer empezó a trabajar en la Fundación Rais con personas sin hogar: «Yo no podía dormir tranquilo en mi casa pensando que cada noche había gente tirada en la calle». Según su testimonio, «esto que hacemos en un grano de arena, pero al menos sé que están menos solos y que toman algo caliente cada noche».

¿Qué servicios ofrece la ciudad a este colectivo?

Córdoba cuenta con una red de entidades que trabajan de forma coordinada en la atención de las personas sin hogar. Además del servicio de alojamiento (limitado por las plazas) que ofrecen las casas de acogida del Ayuntamiento y Cáritas, las alas de baja exigencia habilitadas en verano e invierno (ola de calor y frío), hay unidades móviles de lunes a sábado ofreciendo alimento básico y algo caliente a los que duermen en la calle. Además, la fundación Prolibertas se encarga de cubrir las necesidades básicas de este colectivo en sus instalaciones del Marrubial y Sagunto. De lunes a sábado, hay almuerzo y pack de cena en el comedor trinitario, donde también hay duchas y ropero (muda limpia) los lunes, miércoles y viernes. El centro de día Casa Libertad atiende a estas personas de lunes a viernes ofreciéndoles un lugar donde descansar. «Ya no hay restricciones de aforo y recibimos unas 60 personas diarias en el centro de día y alrededor de 130 en el comedor», explica Eduardo García, director de la entidad. «En verano la cosa se calmó, pero ahora ha habido un repunte», puntualiza. En el centro de día, las personas tienen servicio de lavandería, consigna, desayuno y merienda, sala wifi, ordenador, talleres grupales y atención social. Una ambiciosa tarea que requiere una ampliación de espacios que sigue pendiente. «Hemos presentado el proyecto al Ayuntamiento y estamos a la espera», indica García. Las personas sin hogar con problemas de drogodependencia son atendidas por ADEAT, mientras Aperfosa trabaja en la integración y formación de personas en exclusión. La Fundación Rais completa la intervención con el programa de Hogar sí y Provivienda, que, con financiación municipal, da la oportunidad a personas sin hogar de iniciar una nueva vida desde cero.