Rafael Crespo Aragonés toca la guitarra frente al Conservatorio de Danza y entona una canción del mítico grupo cordobés Medina Azahara. Por la calle Blanco Belmonte hay un tránsito de gente que consulta mapas en papel y en el teléfono móvil, hay quienes están sentados en algunas de las terrazas de la vía. A pesar de la hora, pasadas por poco las 12.00, quienes escuchan a Rafael a mesa y mantel parecen haberse acabado sus platos y ya solo se divisa en ellos alguna patata frita suelta y un par de granos de maíz que hasta hace pocos minutos acompañaban a una ensalada junto a un flamenquín cordobés. Por la hora, por sus mapas, por sus platos y por el hecho de que sus labios no acompañan el mítico "Córdoba, cristiana blanca y reina mora" que en esos momentos canta el músico callejero todo apunta a que son turistas.

En este puente del Pilar de temperaturas primaverales (a ciertas horas veraniegas) y actos culturales poblando la agenda una ciudad como Córdoba no podía fallar. "Es el puente de la libertad", comentaba un salmantino de nombre Fran que disfruta en la ciudad de cuatro días de descanso mientras tomaba, desde una sitiada por las vallas Puerta del Puente, una fotografía del río y la Torre de la Calahorra. Y no se refería Fran al Puente Romano y a su libre granito rosa reflectante de rayos de sol, sino al puente del Pilar y al hecho de que sea el primero que puede disfrutarse sin restricciones.

Intersección de las calles Romero y Deanes, en la Judería, repleta de turistas. A. J. GONZÁLEZ

La ciudad parece haber cogido carrerilla tras unos meses malísimos para el turismo y en pleno otoño se ha engalanado de primavera para decirle al visitante: "Aquí estoy yo". Y el turista la ha escuchado, ha llenado los hoteles y ha hecho todo lo posible para visitar Córdoba a pesar de una ya desconvocada huelga de trenes.

No en tren, pero sí en coche, han venido desde Sevilla Sara y Jose, "matrimonio sin estar casados" como ellos mismos apuntaban, porque el covid les fastidió la unión, pero no las ganas, así que se acepta. No sabían concretar cuántas veces habían pasado ya por Córdoba: "Esta será la sexta o la séptima", calculaba él con un vaso de plástico sin apenas ya cerveza en la mano y un plato con restos de tortilla del Santos en uno de los poyetes de la Mezquita. Y no era el de la calle Magistral González Francés, donde se ubica el mítico bar cordobés, sino en Cardenal Herrero. La razón, que en la calle del Santos ya no cabía ni un alfiler, no había ni un triste espacio para apoyar el vaso, y ante problemas de este tipo, soluciones patrimoniales. Así estaba (está) Córdoba.