Auxiliadora Fernández lleva 21 años dirigiendo el timón de la Fundación Emet Arco Iris. Un buen día decidió dejar su faceta empresarial para dedicarse al ámbito social, una decisión de la que nunca se ha arrepentido y que le permitió encontrar, de algún modo, su lugar en el mundo y asegura que no lo cambia por nada. Uno de los sellos de identidad de Emet Arco Iris desde su origen ha sido permanecer atentos a los cambios sociales e intentar dar respuesta a los colectivos más desfavorecidos, entre ellos a las personas inmigrantes.

Arco Iris atiende en una comunidad terapéutica a mujeres que llegan en patera a España con sus hijos. ¿Cómo surge este proyecto?

El programa O2 empezó a fraguarse en el 2016 por la problemática específica de las mujeres subsaharianas que llegaban con menores a las costas andaluzas y que desaparecían de los centros de acogida humanitarios con los niños. Muchos de ellos estaban sin el NIE porque no daba tiempo a obtenerlo y tampoco se sabía si las mujeres con las que venían eran sus madres o no. Atentos a esa realidad, en el año 2018 empezamos un proyecto piloto pionero para este perfil porque no había un sitio específico en Andalucía ni en España para mujeres con niños. Hasta mayo del 2020, cuando entramos en el programa de ayuda humanitaria del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, la Policía era quien nos derivaba a las mujeres desde las costas, donde acudimos a recogerlas. Primero iba solo el equipo y después de unos meses funcionando probamos a ir con una de las mujeres que estaba con nosotros en el centro. Así lo hicimos y ha sido una experiencia fantástica porque ellas se sienten mucho más seguras y acogidas cuando ven a una persona que ha sufrido las mismas circunstancias que ellas.

¿Quién es esa persona que os acompaña a recogerlas?

Una de las mujeres que vinieron en la segunda tanda, de las 270 a las que hemos atendido ya. Ella vino con su hijo. Su hija había llegado en patera antes con otra amiga y la niña se quedó en un centro de menores. Estaba desesperada por encontrarla. La localizamos en una semana pero tardamos nueve meses en completar los trámites y recuperarla. Ella ha sido la primera mujer que ha obtenido el estatuto de refugiada y a raíz de eso hemos podido tramitar la reagrupación de su hija mayor, que llegó este año y está estudiando aquí. La madre trabaja con nosotros y es un apoyo fundamental. Esta es una historia de éxito que ha costado mucho sufrimiento.

¿A cuántas mujeres atienden y cómo abordan esos casos?

Nosotros tenemos 40 plazas entre mujeres y niños y la intervención es muy especializada en protección. Tenemos una visión de género. A la mujer hay que empoderarla, hay que hacerle ver la situación de vulnerabilidad en que se encuentra al llegar a España por el hecho de ser mujer y venir con un menor. Ellas lo saben porque lo han vivido durante todo el trayecto. No es igual migrar para un hombre que para una mujer. La situación y el precio que tienen que pagar no es el mismo, por mucho que queramos cerrar los ojos ante eso. Es algo que constatamos cada día porque cada vez las mujeres se abren más y nos cuentan la experiencia del camino. Ellas son el eslabón más débil, sin duda. También nos enfocamos mucho en la protección de los niños y en que entiendan que aquí lo más importante es el bien superior del menor.

¿El tratamiento es distinto por el hecho de migrar con un niño?

No es igual migrar sola que con un niño. Como adulta, tus decisiones te afectan solo a ti, pero cuando vas con un menor la responsabilidad para ellas y para el país de acogida es mayor. Ellas están una media de tres meses con nosotros. El Ayuntamiento de Montilla, donde se ubica el centro, nos ha apoyado mucho desde el inicio, tenemos una trabajadora social y una psicóloga adscritas al proyecto y junto al equipo del centro, se hace un acompañamiento y un plan de futuro seguro para estas familias. Esperamos a que lleguen los resultados de las pruebas de ADN, la identificación de los niños, e intentamos comprobar que el sitio al que van es lo más seguro posible. También hemos hecho reagrupaciones familiares porque en muchos casos los niños que las acompañan no son sus hijos sino sus sobrinos, los hijos de amigas o del marido y otra mujer, ya que en estos países existe la poligamia. Circunstancias hay miles.

¿Qué hace a una madre lanzarse al mar con sus hijos? ¿Saben lo que les espera aquí?

No, no saben lo que les espera. Van conociendo los obstáculos a medida que los van pasando. Nosotros partimos de un modelo de vida muy distinto al de ellas. Hay situaciones que a nosotros nos parecen inadmisibles y ellas las tienen totalmente asumidas desde su origen. La mayoría vienen huyendo de la mutilación femenina, de matrimonios forzosos no para ellas sino para sus hijas. Muchas no quieren hablar del tema en público porque es como si estuvieran ofendiendo a sus familias porque ellas lo asumen como parte de una tradición, pero lo pasan tan mal que no lo quieren para sus hijas. Los periodos menstruales son horribles, las relaciones sexuales son muy dolorosas aparte de que no hay placer, el parto es horroroso... Ellas saben que eso no tiene que ser así, pero la situación en la que viven es de total sumisión. El 60% de los menores que vienen con ellas son niñas. Otras simplemente quieren un futuro mejor y hay quienes vienen con hijos que son fruto del camino, de violaciones que han sufrido. Muchas han dejado familia en origen y quieren trabajo y enviar dinero a casa para que salgan de la situación en que viven. Hay muchos motivos, pero yo diría que la mayoría de los casos están vinculados a lo que consideramos violencia de género. Una mutilación genital o un matrimonio de una niña con quien no quiere y que además suele ser un hombre mucho mayor que ella... son la máxima expresión de la violencia de género. Ellas dependen todas de un marido, la palabra que más se oye en el centro es mon mari (mi marido). Vienen queriendo reagruparse con un marido que ya está en Europa. Siempre hay un hombre detrás, es difícil que estas mujeres visualicen su vida sin un hombre.

¿Vienen mentalizadas del recibimiento que les espera a este lado del Estrecho?

No son totalmente conscientes y nosotros una de las cosas que intentamos es hacerlas más conscientes. En tres meses de media que están con nosotros no puedes mostrarles una realidad tan distinta a la que ellas tienen de partida, pero sí que intentamos dotarlas de información y herramientas para que conozcan los derechos y posibilidades que tienen aquí y la sociedad tan distinta que van a encontrar en Europa. La mayoría de nuestras mujeres no vienen a España; éste es un lugar de llegada sino un lugar de paso.

¿Cuál suele ser el destino final?

La mayoría son francófonas y por idioma y por redes de apoyo previas, su destino es Francia. Así se ha emigrado toda la vida, también los españoles. Conocemos a alguien que se ha ido fuera y le va bien y tira de todo el pueblo. Esto es algo parecido. Detrás de eso puede haber intereses de tráfico de personas, de trata de seres humanos, pero ellas no son conscientes. Vienen pensando en lo que ellas necesitan, el cómo lo van a conseguir les importa menos. Nosotros vemos que incluso las que llegan a través de una red de trata, hasta que no sufren esa explotación, no son conscientes. Por eso intentamos dotarlas de información y herramientas para que en un momento dado, salte la chispa si se encuentran en esa situación y sepan que pueden contar con nosotros.

¿Cómo han vivido los acontecimientos que se han producido en Ceuta? ¿Han llegado más mujeres, ha repercutido en vuestra actividad de algún modo?

Ahora mismo no. A nosotros nos ha influido la situación de Canarias. La de Ceuta aún no porque es muy reciente y ahora están en fase de respuesta de emergencia. Nosotros, como trabajamos con un colectivo muy específico de mujeres con niños recibimos menos, pero creo que como todas las entidades que trabajamos con personas migrantes, somos capaces de ponernos en la piel de estas personas y aunque la situación es complicada para España como país y para Ceuta como ciudad y lugar estratégico del movimiento migratorio, me gustaría que supiésemos entender mejor los motivos de las personas que hacen eso. No es fácil dejar tu casa, exponer tu vida, correr tanto riesgo. Dentro de eso, habrá casos que no tengan tantos motivos, pero no es el grueso. Es muy doloroso ver lo que pasa.

¿Siente que hay un brote racista en la sociedad española?

Nosotros percibimos que una cosa es la sociedad y otra las personas que componen la sociedad. Cuando contamos nuestro proyecto, cuando la gente viene a visitar el centro y entran en contacto con las personas que tenemos allí acogidas la visión cambia totalmente. Porque ya no hablamos de un movimiento migratorio sino de personas con nombres, con cara... y eso lo entiende todo el mundo porque te puedes identificar y aunque no estés en la misma situación que esas personas, los humanos somos todos humanos al fin y al cabo. Como sociedad, el miedo es lo que nos hace... la palabra racista me duele tanto que me cuesta trabajo pensar que España como país, como sociedad, sea racista. Eso es muy fuerte y quiero pensar que es más miedo a lo diferente, a que se nos rompa el modelo de vida establecido. Lástima que no veamos que lo diferente puede aportar riqueza.

¿Cómo interpreta la reacción en las redes sociales contra Luna, la voluntaria de Cruz Roja, que tuvo que cerrar sus cuentas por abrazar a un inmigrante en las costas de Ceuta?

Yo quiero interpretarlo como inmadurez y como que las redes ponen una distancia entre quienes las usan y el hecho en sí. Una distancia que nos deshumaniza. Quiero pensar que la gente que hace eso no rechaza el hecho en sí, sino esa imagen, y a lo mejor comentarios de gente que no piensa como tú a quienes tienen la necesidad inmediata de responder, porque las redes tienen el problema de la inmediatez, de soltar sin filtro lo primero que se te pasa por la cabeza, sin procesar ni pensar en las consecuencias que pueda tener. Pero igual que mucha gente lo ha criticado, ha habido muchísima más que ha valorado el gesto de forma positiva. Yo me quedo con lo bueno siempre.

Los menores extranjeros no acompañados se han convertido en arma arrojadiza política. ¿Qué es para usted un mena?

Claramente, un niño que ha migrado solo, pero lo fundamental para mí es que es un niño o una niña, que es un menor. Eso es algo que se olvida y que tendría que asumir todo el mundo. Los menores no tienen país ni deberían existir fronteras. Son el futuro del mundo y lo que hagamos con los menores lo estamos haciendo con nuestro futuro. No debemos verlos como inmigrantes, sino como niños y niñas que han llegado solos. La atención y el acompañamiento que se les dé debe ser el que requiere una persona de esa edad.

En Arco Iris tratan a menores con problemas de conducta entre los que hay menas, pero esos problemas ¿son generalizados en estos menores?

No, para nada. Hay menores no acompañados que llegan a España con comportamientos inadaptados porque muchos están en la calle, sin ocupación, sin formación, sin acompañamiento, sin recursos y sin una visión de futuro. Cualquier niño en esas circunstancias haría lo mismo. Por eso hay que hacerles ver que hay un futuro para ellos.

¿Cómo ha influido la pandemia en vuestra actividad, ha habido recortes en las ayudas, menos usuarios de lo habitual?

No ha habido recortes, al contrario, las administraciones y entidades privadas se han volcado ofreciendo ayudas para cubrir los gastos extra por el covid. Hubo un parón en recepción de personas, pero nos vino muy bien porque las mujeres que querían seguir su camino no podían y se creó un espacio de confianza más estrecho hasta el punto de que una noche se ofrecieron a hacer una representación teatral de lo que suponía la mutilación genital y los matrimonios forzosos para ellas. Fue increíble y muy duro porque ellas no cuentan estas cosas en grupo. Ahora la gran mayoría ya han salido.

¿Qué diría a quienes piensan que la inmigración es un problema para España?

Que las personas no pueden ser nunca un problema, tampoco el inmigrante, les diría que se quitasen las gafas de mirar de forma diferente e intentasen ponerse en el lugar de estas personas y que piensen qué harían ellos en su lugar. Todo es mejorable, pero no hay que ver nunca a otros seres humanos como un problema.