La pancarta rezaba: «Dejadnos en paz. OTAN NO». El Teatro de la Axerquía llevaba diez años abierto y otros tantos proyectado sobre la Colina de los Quemados, pero aquel fue el día en que la gente por poco lo echa abajo. Corría el año 86 y la Córdoba no nuclear -chapa antológica de la paloma sobre fondo azul a sumar al marketing local que engrosan las camisetas de la capitalidad cultural y la cartelería de la feria- abrazaba en un mitin histórico al que había sido su primer alcalde democrático.

En esos tiempos, un poeta, Antonio Gala, presidía la plataforma cívica para la salida de España de la OTAN; Felipe González orquestaba el volantazo para convertir en sí lo que fue un no de entrada y Julio Anguita preparaba su salto a la política andaluza. Unos meses más tarde, algunos compañeros de la Corporación municipal metidos a chirigoteros -chirigotas de verdad, no crean que bromeo, llamadas La gran corrida o El tercer ojo: buenas letras, pésimas gargantas- le cantaron a ritmo de pasodoble y en los Carnavales aquello de: «Eres mi vida y mi muerte, Julio Anguita compañero, ¿cómo has podido creerte, cómo has podido creerte, que vas a ser el primero?» para aliviar el batacazo que el cordobés adoptivo terminó dándose en las lides de la política nacional. Cosas del directo.

En la década de los 80, Córdoba aún soñaba con mudar su piel de capital de provincias, eclipsada por la ilusión óptica que irradiaba el carisma y la proyección internacional del primer alcalde comunista que tuvo tras el franquismo. Luego, como casi todo, la cosa quedó en un sueño y al final nunca dejamos de ser una capital de provincias, que en sus miles de paradojas abraza ahora, tres décadas más tarde, la esperanza de la creación de cientos de empleos -ojalá- con la implantación de una base logística militar. Las vueltas que da la vida, no me digan que no.

Por eso, para entender de dónde venimos habría que ir a ver la exposición que acoge hasta el 20 de junio -En junio, Julio, decía uno de sus eslóganes de campaña- el Centro de Arte Pepe Espaliú y que han hecho posible un puñado de instituciones, empezando por el propio Ayuntamiento y el Partido Comunista de España (PCE), que por cierto celebra en 2021 su 100 aniversario y que esta noche rinde un merecido homenaje a quien fuera su secretario general entre 1988 y 1998. Homenaje, por cierto, en el Teatro de la Axerquía.

La muestra Julio Anguita es un paseo fotográfico por la memoria de esta ciudad a través de la vida de su dirigente político más brillante -José Bono, ya quisiera usted, ya-, quien le dio talla nacional en la transición y fue precursor de lo que hoy algunos manosean hasta el hartazgo y llaman con gesto instagramero y amanerado municipalismo. A saber: construir ciudad desde lo público y hacerlo con la participación de la ciudadanía. Si usted sube hoy a un autobús de Aucorsa, bebe agua de Emacsa o tiene limpia su calle gracias a Sadeco debe atribuirle el éxito al municipalismo de Julio Anguita, aunque no creo que a él, vecino ilustre de la Magdalena, se le ocurriera nunca usar tremenda palabra. Todo lo demás ya se ha dicho y escrito miles de veces sobre su persona.

Pese a la distancia ideológica que los separa, el actual alcalde, José María Bellido, -que celebró por cierto el 26M dos años de su victoria en las municipales- ha vuelto a reconocer esta semana su coherencia y honestidad. «Reivindicó y logró un lugar destacado para Córdoba en el mundo», dijo de Anguita en la inauguración de la muestra.

Queda mucho por hacer, incluso en la semana de no feria que muchos han despachado con vacaciones municipales. Queda mucho por hacer en una ciudad que ostenta el triste ranking de tener cinco (Las Palmeras, Guadalquivir, Sector Sur, Las Moreras y El Higuerón) de los 15 barrios más pobres de España, como ha vuelto a señalar un año más el impúdico INE. No conviene dormirse en los laureles, hay que volver al origen, hacer ciudad desde abajo, como hizo quien un día pidió paz desde la mismísima Colina de los Quemados, donde empezó todo. Donde empezó Córdoba.