Luisa tiene en su cuerpo la primera dosis de AstraZeneca, aunque le hubiera dado la bienvenida a Pfizer. No es para menos. La reputación del fármaco británico ha descendido en las últimas semanas, después de situarse en el foco mediático y de requerir el visto bueno de la Agencia Europea del Medicamento por su posible relación con la trombosis. Aún así, como cientos de estudiantes en prácticas de centros sociosanitarios de Córdoba y Guadalquivir, ha acudido este miércoles al centro de salud del Sector Sur para ponérsela contra el covid-19. 

Hasta 1.300 o 1.400 jóvenes están citados hasta el sábado. Que acudan es otra cosa. Para ello, tendrán que superar el miedo y la oposición a la vacuna. O los nervios de la noche previa, como Beatriz, de Fernán Núñez. “Ayer estuve toda la noche llorando”, confiesa. “Yo no vengo porque yo quiera, yo vengo aquí obligada”. En muchas ocasiones, al miedo a la sustancia se suma el temor a los prejuicios de un supuesto mercado laboral esquivo para los no inmunizados. Incluso, antes, a no poder realizar unas prácticas imprescindibles.

“Yo, por ejemplo, no era partidaria de ponérmela, pero me la tengo que poner. Porque si no, no voy a poder seguir mis prácticas”, explica Aurora, de Fuente Palmera. Entonces, se la pone y "ya está". “No nos obligaron, pero nos dicen que nos van a quitar las prácticas probablemente, no nos van a coger en el trabajo”. En esa misma línea, Beatriz cree que “indirectamente” las empujan hacia las agujas. 

Para Aurora hay dos opciones: “O somos borreguitos y hacemos todos lo mismo, o te quedas al margen y sufres las consecuencias. Depende de qué consecuencias quieras sufrir, pues haces una cosa u otra”. Y, así, en oleadas, los estudiantes han ido llenando la lista de quienes ya caminan hacia la inmunización. El final del trayecto, en junio con el segundo vial.

“¿Has pasado el covid?¿Tienes posibilidades de estar embarazada?”, preguntan en la puerta del ambulatorio. Y una doble negativa abre las puertas a las inyecciones. Apenas un minuto -dos a lo sumo- tarda alguien en entrar y salir con la dosis. Todo un “privilegio” para una joven de Hinojosa. “Ahora nos viene muy bien a la hora de salir a trabajar”, afirma. De nuevo, con el mercado laboral incrustado en el horizonte de una generación. 

Al margen de la dosis

De repente un “sí” en el cuestionario de acceso hace tambalear la fluidez de la vacunación. Beatriz, de Villaviciosa, pasó el coronavirus hace casi seis meses. Y un “casi” le cuesta una espera que considera “vergonzosa”. Porque, a pesar de las indicaciones de su médico, en el centro de salud le han negado la administración. ¿Por qué? Por una semana que se convertirá en meses. Según explica la joven, hasta junio no la dejarán. 

Pero Beatriz se resiste al rechazo escudada en el papel que avala a un cuerpo libre de covid-19. “No tengo anticuerpos”, señala. Esta sería la segunda vez que perdería la oportunidad de inmunizarse. Hace un mes no pudo, precisamente, porque el virus había dejado restos en ella. Ahora, limpia, intenta por todos los medios evitar una nueva espera. 

Apretando un algodón, Luisa abandona el centro de salud conforme. No es Pfizer, pero es una vacuna. “Creo que hay que vacunarse, la verdad”, dice. Y la responsabilidad social sustituye al temor. Hasta hace unos días, reconoce haber estado “indecisa” por todo lo que se oía de AstraZeneca. Sin embargo, concluye sin soltar su brazo: “Soy joven, lo mismo me da el covid y no me pongo mala. Pero, ¿y si me pongo? Y luego tengo alrededor a muchas personas que sí son de riesgo”.