Ser joven en pandemia no es tarea fácil. Acostumbrados a entrar y salir sin cortapisas, el confinamiento les obligó a recluirse en casa durante meses hasta que se les autorizó para asistir a clase, pero no para divertirse. Vectores de contagio, han sido en muchas ocasiones el chivo expiatorio de un virus que les ha librado de la enfermedad, pero no de la condena social. En plena efervescencia hormonal, se buscan la vida para encontrarse con sus iguales y hacer botellones en lugares cada vez más escondidos y oscuros, conscientes de ser el objetivo de todas las miradas. 

En Córdoba, hay varios puntos negros donde son frecuentes las denuncias por botellón. El espectro es muy amplio, va desde la Asomadilla, a lugares más céntricos como los Jardines de Orive, aunque en El Patriarca se dan las mayores concentraciones. Allí acuden los que tienen vehículo o viven cerca, el resto se dispersa en los parques que tienen a mano, procurando alejarse de los bordes para no ser vistos. ¿Pero por qué hacen botellón en plena pandemia? David y Carmen se ven con otros amigos cada viernes y sábado en el Jardín de la Escritora Elena Fortún: «Estamos más seguros aquí que en los bares, somos amigos, nos conocemos todos y solo nos quitamos las mascarillas el rato de tomarte el cacharro», argumentan, «es más barato y como estamos al aire libre, es más difícil coger el covid aquí que en un bar». Carmen, de 16 años, asegura que ella ni siquiera bebe. «Vengo aquí por salir y estar con mis amigos y no bebo, pero si viene un Policía por aquí y ve dos grupos, uno de personas más mayores y el nuestro, viene a por nosotros aunque estemos tranquilos».

Iván pertenece a otro grupo que se encuentra a dos bancos de distancia del primero. Para ellos, el botellón es la mejor forma de beber si eres menor, afirma sin tapujos. «Aquí compramos una botella entre seis y nos la tomamos, pero eso no lo podríamos hacer en otro sitio». Todos coinciden en que el control de los jóvenes durante la pandemia «es exagerado, no estamos matando a nadie, solo nos divertimos un poco». No entienden que aún cumpliendo el toque de queda haya denuncias por molestias y ruido. «Si ponemos música antes de las diez o ahora a las once, ¿eso de verdad le molesta a alguien?» 

Jóvenes de botellón en Córdoba. MANUEL MURILLO.

Si antes de la pandemia, los jóvenes que hacían botellón posaban alegremente ante cualquier cámara para inmortalizar el momento en los periódicos (basta ver las portadas del botellón de la Feria), ahora nadie quiere fotos. «Si estamos muy juntos porque estamos muy juntos, si uno lleva la mascarilla un poco bajada, malo, si salen siete en vez de seis, malo también», comenta Carlos al otro lado de la ciudad, en el Jardín de los Poetas. «Nosotros somos seis y ahí al lado hay otros seis, pero no estamos juntos, no?». En su opinión, la cosa se ha puesto mala porque «hay gente joven a la que no le importa contagiarse, como hay gente mayor que pasa, pero no somos todos», insiste, mientras de la nada aparece un colega que se une a la conversación al oír de qué va: «es que eso de que nos da igual no es verdad, yo vivo con mi madre que ha tenido un cáncer y mi abuela, me da miedo el virus como a todos, pero no me voy a encerrar en mi casa, tengo 19 años, intento no mezclarme con gente que no conozco, como hacíamos antes, y tener el máximo cuidado, pero eso no se ve, luego ves a los mayores que se sientan en un bar todos juntos, se ponen a comer y a beber y ahí no pasa nada, el problema somos nosotros, ya, claro». Escuchando sus explicaciones, a cualquiera que peine canas le vienen a la memoria tiempos pasados en los que beber en la vía pública era un acto mucho menos proscrito que ahora. 

¿La sociedad se ha vuelto más carca o ellos son más irresponsables que antes? Fuera del Patriarca, todos señalan esa zona como «la peor porque allí va mucha gente». Según los vecinos de la zona, los chavales llegan en coches o en motos y se reúnen en grupos por las calles semioscuras que hay en los alrededores. «Hay una panadería que vende de todo menos pan y que ha estado abierta hasta tarde cuando los comercios tenían que cerrar a las 6», comenta un vecino indignado, «la Policía lo ve y no hace nada». Basta darse una vuelta por la calle Cantueso para ver los grupos dispersos por muchas calles, con y sin coche, menores o muy jóvenes cuyos padres quién sabe si sabrán o no dónde andan sus hijos.

Este fin de semana, pese a que la Policía Local ha colocado una valla para cortar el tráfico, aunque no se ven agentes por la zona, se han vuelto a concentrarse allí. A las ocho, ya hay grupos que acuden como quien va a una discoteca a echar el anzuelo, con la lata o el vaso en la mano. Muchos de ellos viven por el Brillante, otros acuden desde los barrios porque saben que es punto de encuentro. Aparte del bullicio, que se corta habitualmente antes del toque de queda, «la zona se queda llena de basura porque lo dejan todo tirado». Prueba de ello es que una cuenta de Instagram (mamoneos se llama) ha organizado una quedada esta mañana para limpiar la zona. Lo de limpiar es otro cantar. «Eso no tiene nada que ver con el covid», reclama uno. Hables con quien hables, todo el mundo asegura recoger lo suyo, pero cuando acaba la noche, los restos se acumulan por todas partes. 

Los jóvenes que hacen botellón son los más visibles, pero otros muchos se reúnen en pisos, con más o menos rigor en el cumplimiento de las normas, según cada cual. «Ahora que se ha ampliado el horario, salimos un rato, pero luego nos vamos a casa de alguien», explica Lucía, que tiene amigos que estudian en Córdoba, pero son de fuera. «Nos reunimos y si puedes, te quedas a dormir y si no, estás hasta que acaba la fiesta y luego te coges un taxi para volver», comenta. En verano, las oportunidades de ocio fueron más abundantes, pero el invierno ha sido frío y duro. «Hay fines de semana que no salimos, la pandemia es lo peor, nos ha cortado el rollo, pero la vida sigue, ¿qué se le va a hacer?».