La pandemia de covid ha hecho de Córdoba un secreto. Al caminar por las calles en plena tercera ola de coronavirus, cuesta descifrar qué se mueve en las arterias de la ciudad. El acento andaluz de los barrios, el runrún envolvente del turismo y las tertulias escapando de la boca de los bares han quedado sepultadas por el eco del silencio. A partir de las 22.00, cuando el toque de queda frena en seco el ritmo de Córdoba, en las calles, más solitarias que nunca, los trabajadores nocturnos se convierten en testigos y guardianes de una realidad totalmente ajena para la mayoría de cordobeses.

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Seis años en el turno de noche dan para conocer cada rincón de la ciudad a la luz de la luna y más para trabajadores como Carmen, del servicio de limpieza urbana de Sadeco, que recorre las calles para que, a la mañana siguiente, Córdoba vuelva a lucir su belleza. Verla de noche «es privilegiado», asegura. «Todos los rincones de Córdoba son bonitos, pero la verdad es que cuando vas por la parte de la Mezquita, por la parte del puente, por toda la parte de Ronda de Isasa, eso es maravilloso», cuenta. «De noche, sin coches, sin gente, la iluminación que hay», ilustra esta trabajadora cuando recuerda los barrios del casco antiguo. «Eso es un espectáculo», dice. Pero tal belleza va acompañada de un suspiro de tristeza. Porque Córdoba quizás no sea lo mismo sin sus gentes. «Cuando salíamos por la noche a trabajar te encontrabas a gente por todos sitios, ahora salimos y no te encuentras a nadie», relata. La diferencia es «abismal». A ese abismo de soledad, como Carmen, se asoma también un compañero de la misma empresa. Para Ángel Arévalo, que se encarga de transportar de residuos en la ciudad, «se hace raro, sobre todo los fines de semana». El ‘desierto’ por el que circulan cada noche ayuda a que trabajen más tranquilos. «Menos tráfico, menos gente circulando por la calles [...] Eso se agradece», reconoce. Para una persona como él, al que le gusta estar en la ciudad de noche, contemplar el centro de atención de todas las miradas, la Mezquita-Catedral, sin ojos que la admiren es «bonito pero un poco triste». Y es que la ausencia parece susurrar a los únicas personas que permanecen fuera de sus casas.

El día desemboca sus conclusiones cuando el sol se pone. Si el cese de toda actividad está fijado en el reloj, en las horas siguientes se pueden extraer los resultados de la vida en la ciudad. Y, de esa radiografía, muchos trabajadores nocturnos son autores. Que en el recorrido de los camiones de Sadeco por la Judería y la zona de la Mezquita-Catedral solo paren en dos puntos de recogida de basura es un claro reflejo de los difíciles tiempos que está viviendo la hostelería actualmente. Uno de los motores principales de Córdoba marcha a duras penas. Y así lo percibe Ángel, quien asegura que, antes de la pandemia, los camiones paraban cada 20 metros en la misma zona y hasta en 15 puntos para cargar los restos que, tanto hoteles como restaurantes, especialmente, acumulaban allí. El virus y las restricciones, con lo que conllevan, han llevado a una reorganización de las empresas. Sadeco, por ejemplo, que mantiene sus servicios a pleno rendimiento, ha dividido los turnos de noche, dejando una separación de media hora entre ambos. Todo ello, como medida de seguridad, explican desde la empresa municipal.

Una vuelta por el interior de los cordobeses

Si hay un lugar que recoja los secretos de las ciudades, ese es el interior de un taxi. Se ríe sorprendida Mari Ángeles, una taxista cordobesa, cuando habla sobre ello. A veces tiene la impresión de estar en un confesionario móvil. «La relación que hay aquí con la gente es muy especial», cuenta. «Si tuviera que destacar algo de este oficio es que todos los días aprendes algo». Mari Ángeles lleva años al volante de un taxi que recorre Córdoba y que, a menudo, se convierte en un espacio privado para muchos cordobeses. «Todo lo que cuenten doy fe de que puede pasar», asegura. Y en esa cercanía efímera, las emociones se revelan y fluyen como algo natural. Esa cercanía tiene su riesgo. El «desánimo» y la «decepción» que observa en sus clientes a ella misma le afecta. Según la taxista, «la gente lo está pasando muy mal y el que no acabe tocado por el virus, lo hará por la economía». Ellos mismos han experimentado una bajada del 75% del trabajo, afirma. «Lo que afecta a todos los negocios, nos está afectando», porque, como explica, su sector se nutre mucho de la actividad de los demás sectores.

Hasta el «¿a dónde vas? Taxista tenías que ser» de los conductores enfurecidos lo echa en falta. Y más cuando, junto a la estación de Renfe, tiene que esperar hasta una hora y media para, si hay suerte, conseguir un cliente. A Mari Ángeles, el contraste entre la Córdoba a la que estaba acostumbrada y la que ahora observa cada noche le ha marcado. «Hasta se te saltan las lágrimas», dice, después de recorrer con la memoria los rincones más habitados de la ciudad antes de la pandemia. Ahora, como mucho, vive con la compañía de policías, sanitarios y «algún desalmado» que se salte las normas. El covid-19 ha desplazado a los pocos taxis que quedan tras el toque de queda a zonas muy específicas de la ciudad, como el hospital Reina Sofía, el Vial, el Corte Inglés o Ciudad Jardín. Pero, mientras que antes faltaban vehículos, ahora hay abundancia, fruto de la escasez de demanda. Para esta cordobesa, una imagen lo resume todo: la parada de El Corte Inglés, con la única voz de la fuente de enfrente, «y varios coches allí esperando encontrar algún servicio». A pesar de los malos momentos, la taxista siempre repite lo mismo a sus clientes: «ya verás como esto pasa pronto». Porque, como exclama, «no podemos vivir constantemente en el desánimo».

Pepe Carreño, agente de la Policía Local de Córdoba, frente al Arco del Triunfo en plena patrulla nocturna. Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Ángel Arévalo, del servicio de recogida de residuos. Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Instantáneas de la ciudad

En las inmediaciones del acceso a Urgencias del hospital Reina Sofía, el ambiente es extraño. El coronavirus parece pesar. A las luces intensas y la tensión, se suma el trajín de ambulancias que entran y salen. Vivir la noche al frente de una de ellas es «un no parar», reconoce Pepe Polonio, trabajador del servicio de emergencias. Y más ahora con el toque de queda. Según explica, el trabajo nocturno se ha duplicado en ese sentido, ya que la gente no usa sus vehículos propios, aunque sufra patologías leves. «¿Qué hacen? Llamar a la ambulancia». Ahora tienen mucho más trabajo que antes, sobre todo por la higiene y la desinfección. «Si antes hacíamos un servicio en media hora, ahora lo hacemos en hora y media», calcula. El perfil del paciente también ha cambiado: «ahora sobre todo recogemos covid». Pero circular por la ciudad al instante de un aviso, que en otras circunstancias supondría un exceso de atención por andar esquivando personas y coches, se ha convertido en algo totalmente diferente. A pesar de la «pena» que supone «pasar por la noche por ahí por la Ribera y no ver a nadie», es «muy bonito ver Córdoba sola, es como que las cosas las disfrutas más», asegura. La pausa de ese paisaje «desolado» eleva la esencia de los rincones de Córdoba. Y Pepe acepta esa invitación a la contemplación. «El Arco del Triunfo, iluminado, solo y con un poco de neblina en el invierno» es una postal que no olvida.

Desde más arriba, a las puertas del hospital San Juan de Dios, la urbe brilla en su lejanía como un puerto de llegada. Con la luna encima, Sonia López, coordinadora del turno de noche en el centro, comienza una rutina que la acompaña desde hace casi cuatro años. Para ella, el anochecer es un comienzo: el de la actividad de todo un hospital que no deja de funcionar y de los primeros pasos del día que vendrá. «Que hay muchos ingresos y sabes que para mañana el personal era de X, pues sabes que tienes que localizar a alguien porque para mañana esa planta va a estar más cargada». Cuando trabajas con ese horario «cambias tu mentalidad, tu forma de vivir», reconoce. El silencio que inunda la noche ha crecido inevitablemente, porque «en Urgencias se nota menos afluencia». Aunque hace un inciso y señala que eso «no significa que haya menos trabajo». Según Sonia, antes la gente iba para todo, pero el virus ha generado «miedo» a los hospitales. «Se piensa que el coronavirus está aquí. Por eso, muchas veces viene la gente muy malita». Sin embargo, ella donde más tranquila se encuentra es allí, en un entorno seguro y bajo la protección de mascarillas, geles hidroalcohólicos y unas normas muy claras.

Sonia López, coordinadora del turno de noche en el hospital San Juan de Dios. Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Pepe Polonio, trabajador de Emergencias, prepara la ambulancia. Foto: CHENCHO MARTÍNEZ

Pandemia y orden

En la calle, las normas de seguridad penden de la conciencia personal. Eso sí, el riesgo está asegurado para quienes se encargan de velar por el orden y el cumplimiento de las restricciones. «Porque esto del covid no es algo que la gente lleve puesto aquí», dice Pepe Carreño, agente de la Policía Local de Córdoba, mientras se señala el pecho. A la tranquilidad de trabajar con las calles vacías, tras el toque de queda, hay que restarle el peligro de las intervenciones. «No sabes qué te puedes encontrar», explica el agente. Y para ello, tienen que emplear todos los medios de protección necesarios. Lo cierto es que el porcentaje de gente por la calle, una vez pasada la hora de encierro, «es mínima», indica Pepe Carreño. La gente en Córdoba es «muy cumplidora». A pesar de ello, las patrullas recorren cada noche la ciudad. Y no en vano, pues cada jornada topan con algún incumplidor. Como todo, la delincuencia también se ha adaptado a la forma de vivir impuesta por la pandemia. Si a la noche le quitas ocho horas, explica el agente, el resto del día la actividad delictiva se condensa.

La realidad nocturna cordobesa ahora habita entre paredes. Como un fenómeno natural, las fiestas en domicilios particulares, sobre todo de adolescentes, se han convertido en el pan de cada día, explica Carreño. En contraste, es común que la Policía Local reciba avisos del 112 para socorrer a alguna persona mayor que se haya caído. Y movilizan todos los recursos necesarios para ayudarla. Quienes trabajan de noche viven ajenos a la lejanía del toque de queda, en la confluencia del día a día de toda una ciudad, de Córdoba.