Para Juan Serrano, que como todos los hombres silenciosos se embala cuando se siente a gusto con un tema o en un ambiente --en este caso uno de los varios estudios donde va acumulando sus piezas artísticas--, hablar del Equipo 57 es hacerlo de una de las mejores épocas de su vida. Y se le nota.

--¿Cómo se gestó el grupo?

--Pepe Duarte y yo llevábamos ya el bagaje del trabajo en grupo. Oteiza, que vino a Córdoba, nos había hablado de Agustín Ibarrola, al que conocimos cuando nos fuimos la segunda vez a París, ya casados aunque sin hijos. A través de Ibarrola conocimos a Angel Duarte, que era extremeño, y fue el que nos introdujo en el medio de buscarnos la vida, aunque fuera recogiendo papeles por las calles o pintando paredes. Pero al mismo tiempo empezamos a hablar de arte, que si el arte constructivo, que si los informalistas... Entonces éramos ya totalmente de izquierdas, con la idea del marxismo y el trabajo colectivo, del arte proletario. Estábamos contra los marchantes, contra las galerías...

--Sin embargo su lanzamiento les vino de la mano de Denise René, la galerista más importante de París. ¿No fue así?

--Sí, en un punto de hipocresía sublime dijimos "Venga". Después volvimos a Córdoba, se incorporó Juan Cuenca y nació Equipo 57, por el año. Fuimos a ver al alcalde Antonio Cruz Conde y le propusimos hacer un museo de arte contemporáneo. Nos acogió muy bien y se creó un patronato en el que estaba Carlos Castilla, Rafael de la Hoz y mi suegro. Nos oyeron, pero ahí quedó la cosa.

--Por aquella época fue cuando desde el Círculo de la Amistad su presidente, Fernando Carbonell, apoyaba las nuevas tendencias pictóricas, ¿no?

--Sí, hizo una labor estupenda. Fue una época muy interesante. La época del Juan XXIII, la época en que pudimos hacer cosas. Estaba todo muy enfervorizado. La pena es que aquello que parecía el anuncio de ese salto que siempre esperamos en Córdoba se difuminó. Hubo un retroceso claro, pero yo, como tras la desaparición del Equipo en 1961 me fui a Madrid, no puedo calibrarlo del todo.

--¿Por qué tuvo tan corta vida una iniciativa que había nacido con tanta ilusión y compromiso social?

--La dificultad estribaba en que había que trabajar juntos y, claro, hacía falta la proximidad física. A Agustín lo metieron en la cárcel en el País Vasco y aunque nos relacionábamos por correspondencia y el acto de realización no era esencial al ser las decisiones colectivas, el asunto era difícil. Creo que también habíamos hecho del arte una versión muy parcial: el arte era esto y no lo otro, y ese es un dogmatismo que tampoco se mantiene. Estábamos polarizados, el mundo americano que era la libertad con el informalismo expresionista o el mundo de derivación marxista con el constructivismo ruso y los movimientos europeos. El equipo representó la segunda tendencia, por eso el Equipo 57 no es importante porque fuéramos mejores o peores, sino por la coyuntura histórica en la que estábamos.