Tal vez el mayor reto de Córdoba sea tener nuevos problemas. Todas las ciudades tienen viejos problemas. Por ejemplo, Londres tiene, desde hace más de un siglo, uno muy serio con la calidad de su aire. Nueva York es un rompecabezas, que va en aumento, de segregación racial y Venecia, poco a poco y sin remedio, se hunde o se inunda. Hace tanto tiempo que esos problemas están ahí que se diría que nadie espera que se solucionen.

En lo que se refiere a Córdoba, los problemas son tan conocidos que no hace falta enumerarlos. Pero su persistencia, su vigencia, no se debe a una misteriosa incapacidad local, sino a que, sencillamente, son tan difíciles de resolver como lo son los de otras ciudades.

Una ciudad es un lugar de encuentro, de convivencia, de complejas relaciones y, por lo tanto, sinónimo de conflicto. Las ciudades más dinámicas del mundo no son idílicas, ni limpias, ni seguras, ni verdes, como prometen los candidatos en campaña electoral, sino problemáticas. Muy problemáticas. Y las asiáticas a la cabeza.

Los retos de Córdoba no se pueden resolver de un día para otro, la calidad del aire de una ciudad, ni la cohesión de sus habitantes, ni las circunstancias de su geografía. Tampoco elevar, por ejemplo, las rentas de los barrios más desfavorecidos de España, que no casualmente están en Córdoba.

Pero sí cabe la paradoja de, para resolver un problema, crear otro nuevo. Plantear nuevos retos, más accesibles, como vía de abordar las carencias endémicas. Nuevos problemas que, sin duda, generarán polémica y controversia. Hará falta consenso para formularlos y liderazgo para resolverlos. Y no a la inversa, como es secular tradición cordobesa.