En alguno de esos libros que ha escrito para ahuyentar los demonios políticos y los otros (nunca se recobrará de la muerte del mayor de sus cuatro hijos en Iraq), Julio Anguita se declara "tremendamente tímido". Otra cosa es que luego ante el auditorio exhiba un dominio absoluto de las tablas. Aun así, dice pertenecer al género de "los acechadores", como el búho o el águila --que le pega más-- y que como tal hubiera sido feliz contemplando al prójimo sin ser visto. Eso explica que pase las de Caín cuando todavía se le acerca la gente para hacerse una foto con él o a pedirle opinión sobre algo. Entonces se pone tieso, y con sonrisa hierática bebe deprisa el cáliz amargo por no desilusionar al asaltante. Es lo que Anguita llama "las trampas del liderazgo". Por eso nunca se creyó líder sino dirigente.