Nació con el don de convertir en oro las palabras, y eso imprime carácter. Así es que, habiendo sido un 'ser íntimo' en su infancia y juventud, rebosante de inteligencia y de complejos que le alejaban de los otros chicos de su edad, Antonio Gala descubrió pronto en la escritura su camino de perfección. Abandonó Córdoba para soñar con ella en la lejanía, y en la corte madrileña encontró pronto su soledad sonora y esos ecos del silencio --anhelado, pero tan imposible en él que ni de cartujo le acompañó-- que han fructificado en cuantos géneros literarios quepa imaginar. Pero Antonio Gala es mucho más que un escritor, es el prestidigitador del verbo y la entonación, del gesto. El personaje hecho a sí mismo que perdurará en la memoria.