En junio del año pasado, Camila fue trasplantada en Barcelona, pero aquella luz que empezó a ver apenas duró seis meses. En enero de este año, la niña empezó a sufrir dolores e hinchazón en el ojo que no parecieron alarmar a los especialistas que la vieron en Córdoba. "Acabamos viajando a toda prisa a Barcelona, donde le diagnosticaron una grave infección que de milagro no obligó a sacarle el ojo aunque tuvo que ser intervenida cuatro veces más", explica Soley, para quien lo más maravilloso es la entereza con que su hija afrontó la situación. "Salía del quirófano cantando y me decía que no me preocupara, es una lección constante de vida". Hoy por hoy, Camila vive a oscuras y aprende a manejarse sin resquicio de sombras, aunque no pierde la esperanza de que su "Diosito", en el que tiene una fe enorme, vuelva a encender pronto su luz.