Siendo niña, Angeles Córdoba ya jugaba a ser maestra de sus hermanos y vecinos pequeños. De joven, soslayando el hecho de pertenecer a una familia numerosísima que no nadaba en la abundancia, se plantó un día ante su padre --que supo ser comprensivo y generoso-- para decirle: "Papá, yo quiero ir a la universidad", aunque por entonces dudaba si estudiar Pedagogía o Medicina ("Las dos carreras tenían el factor humano, te acercaban a los demás", dice). Lo que estaba claro en ella era una vocación inequívoca de servicio social que aún hoy le sigue sabiendo a poca. Y es que desde que se jubiló se prometió a sí misma no aburrirse en casa, donde, eso sí, se condece el lujo de leer mucho y escribir. El placer del lenguaje, su otra pasión.