María M. P. tiene 16 años y es estudiante de Bachiller. Dotada de una sensibilidad musical extraordinaria, empezó a tocar el piano a los cinco años y más tarde se pasó al violín, mientras en clase destacaba por sus altas calificaciones. Recuerda su infancia con cierto sabor agridulce. Desde pequeña, nunca se sintió contenta con su cuerpo, marcado por unas curvas que le parecían excesivas. Aquella sensación de incomodidad se volvió insoportable hace dos años, cuando su adolescencia empezó a agitar su deseo de gustar a los chicos y su inseguridad la envolvió en una espiral de frustración. "Yo me veía descomunal, enorme, me daba vergüenza salir a la calle".

Para evitar ese malestar, decidió contener sus ganas de comer. "Intentaba hacer dieta, pero a veces no aguantaba y me daba un atracón. Después, me sentía culpable y vomitaba todo lo que había comido". Aquella dinámica, síntoma clave de la bulimia-anorexia, se manifestaba además en una obsesión constante por la báscula ("Me pesaba cada dos minutos") y por el espejo ("Estaba todo el día mirándome, desde todos los ángulos posibles, era horrible, lo hacía a todas horas porque quería darme asco a mí misma").

Aquella etapa coincidió además con un cambio de colegio que aunque buscaba una motivación para su brillante capacidad intelectual acabó por trastornarla, agobiada por la necesidad irrefrenable de una chica tímida en demasía a hacer amigos en un ambiente, en principio, hostil. "Siempre ha sido una chica seria, muy perfeccionista, pero su comportamiento cambió radicalmente, se volvió irascible, dejó de estudiar y un día apareció en casa llena de piercings", recuerda su madre, que después de vivir de cerca el trastorno alimentario de María confiesa haber cambiado su escala de prioridades. "Cuando se detecta el más mínimo síntoma, hay que actuar y acudir al psicólogo, pero luego, en el día a día, lo mejor es armarse de paciencia y lo que es más difícil, vigilarla sin agobiarla. Los piercings y esas cosas pasan a un segundo plano porque lo que importa es su salud, que ella esté bien".

La caja de Pandora se abrió cuando una hermana de María dio la voz de alarma al sorprenderla en varias ocasiones provocándose el vómito en el baño, a lo que se sumó la visita de los obreros de una casa colindante que alertaron a su madre de que alguien tiraba cada mañana la tostada por la ventana. "Mis padres me dijeron que si quería adelgazar, lo mejor era ir a un endocrino que me pusiera a dieta". Aquella visita desembocó en otra posterior a la Asociación de Ayuda a Enfermos con Trastornos de la Conducta Alimentaria, cuyo lema aconseja muy oportunamente: Gústate.

Allí sigue un tratamiento desde hace un año y acude a la consulta de un psiquiatra, una psicóloga y una dietista. "Por mis métodos nunca perdí ni un kilo y con la dietista he bajado diez". Echando la vista atrás, María es capaz de reconocer su debilidad. "Creo que esto me ha hecho madurar y darme cuenta de lo egoísta que era", dice. La idea de recuperar la confianza de su familia y la fuerza de saberse querida la mantienen a raya. "Hace casi un año conocí a mi novio. Cuando le conté lo que me pasaba me dijo que si era tonta o qué", explica, "saber que alguien te quiere tal y como eres, te ayuda a quererte tú también y a entender que lo que importa es la personalidad".

Cuando le pregunto qué le recomendaría a otra chica que pase por el mismo trance, lo tiene claro: "Que haga como yo, levantarse por las mañanas y pensar que, dentro de unos años, nadie recordará a Elsa Pataky y, sin embargo, Teresa de Calcuta, que no era muy guapa que digamos, perdurará para siempre". Su relación con la comida ha pasado del conflicto al respeto. "El peor momento de mi vida fue este verano cuando, después de comer un picadillo de tomate, acompañé a mi familia a tomar un helado y yo decidí no comer ninguno, fue horrible". Actualmente, debe tomar antidepresivos y una pastilla encargada de regular una sustancia responsable de las manías. "Para estar curada, tienen que pasar dos años sin ningún síntoma. Por eso, aunque lo peor ha pasado, no podemos bajar la guardia".