La decisión del grupo Prasa de no levantar una torre a modo de edificio singular en la zona del antiguo hotel Meliá tiene visos de irreversible. Si es así, puede que dentro de unos años los cordobeses se pregunten por qué la ciudad renunció al proyecto, igual que ahora no hay quien no se asombre del rechazo, hace más de una década, al puente de Santiago Calatrava. Ahora, cuando Calatrava es uno de los arquitectos--ingenieros más relevantes del mundo, lamentamos no tener su pasarela sobre el Guadalquivir.

Las proyecciones virtuales que se han hecho sobre el impacto visual de la torre proyectada por Prasa parecían indicar una alteración del paisaje histórico--artístico de la ciudad, de esa postal de Córdoba desde el Guadalquivir. Eran proyecciones, difundidas profusamente en páginas web y con un grado de credibilidad variable, que unos defendían y otros calificaban de exagerado. El proyecto empezó con la idea de un edificio gigantesco, de más de veinte plantas de altura y rematado por un mirador, con el que la empresa promotora quería aportar a la ciudad una pieza de arquitectura moderna, rompedora y que se diera la mano con edificios famosos de otras capitales del mundo. No podía ser, y el arquitecto Carlos Ferrater ofreció una alternativa de dos edificios, de los cuales uno podía llamarse torre (más alto y estilizado) con un máximo en torno a los 60 metros. A cambio, Prasa urbanizaría ese nudo que da acceso tanto al casco histórico como al centro comercial y administrativo de la ciudad, por un importe de 14 millones, aparcamiento subterráneo incluido.

Las alturas se estaban estudiando, y, como el proyecto exigía una innovación del PGOU, la sociedad perfilaba su propuesta en tanto la Gerencia de Urbanismo recibía 22 alegaciones en contra de la iniciativa, algunas firmadas por personajes de la relevancia del ex alcalde Herminio Trigo y del arquitecto de la Junta de Andalucía José Rodríguez Rueda.

Los argumentos en contra consideraban que no debía permitirse un cambio en las ordenanzas de esa parte de la ciudad y habían generado un movimiento de contestación que inquietaba al Ayuntamiento. La propia inmobiliaria decía que quería hacer las cosas bien, que deseaba el visto bueno de la Junta.

Estábamos en ese impasse, con los foros de internet al rojo vivo y la ciudad dividida, cuando una reunión de la alcaldesa, Rosa Aguilar, y el presidente de Prasa, José Romero, ha alterado el escenario. Aún se tienen pocos datos, pero todo parece indicar que Prasa hará un hotel de siete plantas con una estética cuidada, o singular como se dice ahora, y el Ayuntamiento le propondrá un lugar alternativo para edificar lo que será el edificio administrativo y sede de una compañía que ya tiene tal proyección nacional e internacional que puede estar tentada de sentar plaza en Madrid.

¿Qué habrá ocurrido para que Prasa no haya esperado al final de ese proceso? Si la empresa ha aguantado más de un año de dimes y diretes, con un cambio de diseño arquitectónico incluido, resulta extraño que no haya concluido el periodo de alegaciones y tire la toalla. En buena lógica, podría pensarse que el empresario ha terminado aburrido y ha cambiado sus planes harto de esa madeja de polémica que envuelve cualquier idea novedosa que se plantee en esta capital. Pero hay más. A falta de su versión directa, se dice que a la familia Romero le preocupaba la dilación a la que iba a verse sometido su proyecto, de manera que corría el riesgo de tener durante un largo tiempo una protesta laboral (la de los trabajadores del hotel) a la puerta de sus despachos. Esta salida le permite acelerar la reforma del hotel y negociar con la plantilla planes de futuro.

Pero no es sólo eso. ¿Se imaginan el proyecto de la torre Prasa en la próxima campaña electoral de las municipales? Si ya de por sí se ha bamboleado la torre habría que ver cómo resistía el zarandeo de los políticos. No hay que descartar tampoco el deseo de estos empresarios de no verse en la tesitura que se ve Rafael Gómez, es decir, criticado por las fuerzas políticas y la opinión pública por haber recibido un trato aparentemente distinto al de otros empresarios. ¿Y qué me dicen de la posible preocupación de José Romero por el impacto visual de la torre? Quizá este empresario no haya querido arriesgarse a pasar a la historia como el hipotético alterador de la famosa postal cordobesa.

Factores puede haber muchos. Desde la rentabilidad económica a la social, pero resulta lamentable que una empresa se vea zarandeada de esta manera con un tira y afloja político en torno a sus planes.