ES la mia. La que pueblo. La que cada día me juego, en la guerra de lo cotidiano, a veces tan absurda que me hace sentirme mínimo frente a esos dos periodistas muertos en acto de servicio --como en su día nuestro reportero Anguita-- en Siria, a la que siempre recuerdo, adamasquinado Damasco, la luz, con la de Córdoba, más intensa del mundo. ¡Qué pena recordar que en una ocasión le di la mano a Bashar el Asad, que ahora las tiene manchadas de sangre!.

Como mi aplauso, pero ya, a Paco Dorado, que se va a ocupar del hijo de mi compadre, de Julio Benítez, al que siempre deseo lo mejor por que se lo merece. A veces la suerte no es justa con lo que los mejores se merecen. Como en el caso de Julio, al que quiero tanto, ánimo, joven maestro.

Recibo a Curro Lucena en su última obra. Está mejor que nunca. Y es curioso porque tiene en su piel, siempre, a Córdoba, aunque viva en Ronda, que se parece a Córdoba pero con un tajo en la cara. Conmigo, en el tren, viaja el genio Elio Berhanyer, de Granada a Madrid, clase preferente. Lleva puesto su gorro de emir. Duerme enseguida. Cuando pasa por Córdoba, después del cambio de Antequera, se despierta, mira la Córdoba bajo el sol y se vuelve a dormir, tal vez soñar.

¡Qué gran idea la de que los académicos artistas se reúnan en ese lugar único que es el Real Círculo de la Amistad! Aunque me hago una pregunta con permiso de ustedes: ¿pero no son por el solo hecho de ser académicos, ya artistas y más siendo de Córdoba?

¡Ah!, que puedo confirmar y confirmo, porque a veces hablo con ella y ella no sabe que soy yo, que Gema Ruiz se nos va a casar pero ya, con Juan, y que me gusta la pareja. Se lo merece Gema, que está también dentro de una piel que cuida y quiere. Además de ser suya está en la edad magnífica de la mujer. Don Manuel Pimentel escribe un libro que titulará El decálogo del caminante. Vive en la piel de un vagabundo ilustrado, que viaja para contar, y del bloc de notas, escribe.

Claro que conocí a Whitney Houston. Tenía unos ojos grandes, claros, y la piel que habitaba era canela, tirando a café. Tenía la vuelta de las manos rosa. Fue en el 93 cuando vino a España. Le conté --siempre me gusta presentarme en profundidad--, que un día viví una larga noche, de palabra hablada, con Josefine Baker, que además me regaló un plátano de los que llevaba colgando de su falda, cuando salía a cantar. La piel me dio dos besos, muá-muá, que aun conservo. Olía a pachuli, pero a un pachuli muy caro. De entonces encontré una frase con la que acabo mi perol de esta cuaresma: "Yo tengo una piel fuerte que puede resistir el dolor, pero mi vida no es solo eso". Cierto, amor.

Esa sí que es la piel que habito, de Pedro Almodóvar, que a ver si se gana esta noche el Oscar. El ya sabe como subir esa escalera. ¡Ah! que no se me olvida dar la enhorabuena a dos grandes andaluces: Josefina Molina y a Rafael Alvarez El Brujo, la piel que imito.