Análisis

Cuaresma cordobesa

Si bien, por muchas razones, la Iglesia como institución aparece cada vez más dañada, las manifestaciones de religiosidad popular en nuestras calles y plazas no decaen

La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado, en la pasada Semana Santa cordobesa.

La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado, en la pasada Semana Santa cordobesa. / Francisco González

Ha empezado la Cuaresma y con ella arranca el tiempo litúrgico clave para entender el misterio de la fe cristiana. Se quiera o no, este país sigue profesando la fe católica en su mayoría, aunque cada vez menos son los que lo pregonan alegremente. Pero una cosa es lo que se cree y se reflexiona desde la teología y otra bien distinta lo que se vive a pie de calle. No es lo mismo decir «tengo fe» de puertas para adentro que hacer una demostración pública delante de todos, y de eso la parroquia cofrade andaluza lo sabe muy bien. Pero, en honor a la verdad, es más fácil hacerlo aquí en nuestra tierra que en otras latitudes. ¿Sería tan sencillo cortar el tráfico de una calle céntrica en Amsterdam para celebrar una estación de penitencia como hacerlo en cualquier punto de Andalucía?

Y es que termina de pasar la carroza del rey Baltasar, una de las más polémicas últimamente por la elección del intérprete y su raza, y ya se quema la primera pastilla de incienso en una casa de hermandad. Somos así, vivimos en un hiperactivismo constante de fiestas y no lo podemos remediar. Se encerrará el paso de María Santísima Reina de la Alegría el Domingo de Resurrección y nos colgaremos el catavino para la primera romería o nos calzaremos los zapatos más cómodos para bailar unas sevillanas en las Cruces. Pero, ¿no es cierto que la mayoría de estos eventos tienen origen o contenido religioso mientras que a la vez constatamos que «España ha dejado de ser católica» (parafraseando a Manuel Azaña)?

Si bien, por muchas razones, la Iglesia como institución aparece cada vez más dañada, las manifestaciones de religiosidad popular en nuestras calles y plazas no decaen, al contrario, parece que se incrementan. El pueblo necesita manifestarse unas veces por el campo, otras por los salarios, otras por la sanidad pública, pero lo que siempre le acaba saliendo por los poros es la voluntad de mostrar sus creencias sean religiosas, deportivas o políticas. Córdoba se engalanará de azahar para aromatizar otro año más la Semana Santa de una ciudad de filósofos y califas, y de muchos sénecas. Los titulares de decenas de hermandades y cofradías recibirán el cariño de los fieles que prefieren hacerlo en la calle antes que entre los muros de una iglesia. Nuestro pueblo es así, posiblemente el único gesto religioso ante una imagen sea una señal de la cruz mal hecha y poco meditada, esta es la verdad. Es la fe de hoy, una fe que ha cambiado de ritos, una fe outdoor, de puertas afuera. Porque no hay cosa más grande que ese pellizquito al escuchar una buena banda de cornetas y tambores.

Pronto darán las ocho de un lunes por la tarde en el corazón del barrio de San Lorenzo y se mostrará un velo con un sol y una luna en una plaza impregnada de incienso que ruega por las Ánimas del Purgatorio. Esa misma noche se escuchará un tambor ronco por las calles de la Judería, acompañado de un bocadillo de atún con tomate. Llegarán al centro cofradías que vienen de extramuros a pedir a la ciudad, de parte de sus barrios, que se atiendan sus súplicas.

Y ya, el Domingo de Resurrección, escoltado por un barrio de vetusta estirpe torera, vestido de naranjos y con la venia de Manolete vigilante desde su plaza, saldrá Jesús Resucitado pidiendo a los cordobeses que vivan más la fe como expresión de vida y no de muerte.

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