Calenda verde

Lecciones de sexo bajo la lluvia

Algunos seres vivos necesitan del agua para reproducirse. Para caracoles, babosas y helechos los días de lluvia son ideales para practicar un sexo original y sorprendente

Caracoles durante el apareamiento.

Caracoles durante el apareamiento. / AUMENTE

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

A su alrededor se apareaban los insectos, los pájaros, las palomas, los conejos, las cabras, los perros, los gatos; todos los seres vivos, incluidas las moscas, se apareaban con naturalidad ante la mirada inocente de ese niño que había nacido en el campo y había aprendido las primeras lecciones del sexo impartidas por los animales. Su mirada era tan limpia como su pensamiento viendo el juego que se traían aquellos seres irracionales para reproducirse, impulsados por la naturaleza…» Así comienza el periodista y escritor Manuel Vicent su artículo de hace un mes en el diario El País. Luego leemos que el niño, tras descubrir a una pareja de humanos haciendo el amor, se entera que ese acto era un pecado mortal y que aquella pareja estaba quebrantando un mandamiento de la ley de Dios y por tanto iría al infierno; y el niño comenzó a tener la mirada sucia y su conciencia ya no pudo superar el hecho de que el instinto sexual conducía directamente al averno, porque además los malos pensamientos también llevaban aparejado el castigo eterno.

El psiquiatra y escritor chileno Claudio Naranjo nos comenta algo parecido: «Si hay en nosotros deseos animales, estos son comparables a los tropismos de las plantas, que saben mandar sus raíces hacia donde hay agua o saben orientar sus flores hacia el sol... No se nos ocurre criminalizar tales acciones de las plantas; como no se nos ocurre que sean perversiones de los animales la sed, el hambre o el deseo sexual». Para este pionero y máximo referente de la psicología transpersonal, la entrega a la corriente de la vida, que implicaría también una entrega a nuestra sana instintividad, sanaría las complicaciones de nuestra cultura represiva. Ya los antiguos griegos lo habían comprendido cabalmente, pues presidían sus misterios dos divinidades complementarias que se relacionan justamente con lo ilimitado y el límite; la entrega a la espontaneidad y el control: Dionisio y Apolo. Pudiera decirse que en nuestra cultura hemos vivido una hegemonía del control, y debemos recuperar la espontaneidad. Para Naranjo, la Gestalt es donde culmina ese espíritu de libertad que inició el psicoanálisis de Freud, hasta tal punto que llega a considerar a Fritz Perls -creador de la Terapia Gestalt- como un apóstol de Dionisio.

Paseo por el campo como el niño del artículo de Vicent, observando cómo las últimas lluvias, que han empapado la tierra, convocan a las sexualidades más irreverentes. Los moluscos gasterópodos pulmonados, es decir, los caracoles y las babosas, surgen de casi cualquier parte. Estos invertebrados son más activos justo después de la lluvia debido a que la humedad del suelo facilita sus desplazamientos y reproducción, ya que liberan feromonas en su baba para indicar que están preparados para aparearse. Los caracoles y babosas son hermafroditas, o sea, que están dotados de órganos reproductores masculinos y femeninos. Este término biológico se vincula a la tradición grecolatina, en particular a Hermafrodito, el hijo de los dioses Hermes y Afrodita que poseía los rasgos distintivos de ambos sexos. Se ve que los griegos ya se ocupaban de temas tan actuales como la ambigüedad sexual o la bisexualidad. Los caracoles no suelen autofecundarse, ya que la fusión de gametos procedentes del mismo individuo no supone un incremento en la diversidad genética de la población y ello implicaría una desventaja a la hora de adaptarse como especie a los cambios del medio, así que se fecundan recíprocamente.

Cada uno de los individuos introduce la espícula, una especie de pene u órgano masculino, en el orificio reproductivo de su compañero/a, depositando en el interior del otro unos sacos llenos de espermatozoides, conocidos como espermatóforos, quedando ambos fecundados. Algunos caracoles utilizan el llamado dardo de amor o gypsobelum para inyectar una serie de hormonas en el organismo de su pareja sexual, antes de que se produzca la cópula y que podrían contribuir a garantizar la supervivencia de los espermatozoides. De nuevo el comportamiento sexual del caracol nos conduce a la mitología griega. Los dardos de amor del caracol son como las flechas de Eros (Cupido entre los romanos), dios griego responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo, venerado también como un dios de la fertilidad.

Conviene que aprendamos a confiar en la parte sana de nuestra naturaleza, y recuperemos la espontaneidad que muestran hasta los animales que nos parecen más insignificantes. Como dice Claudio Naranjo, «se produce un estado más feliz si nos entregamos a los que a veces se llama la autorregulación organísmica, que es más o menos los que los chinos llaman el Tao: la Ley de la Naturaleza».

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