Con el inicio de la agricultura en el Neolítico comenzó una nueva relación con los sistemas naturales, extendiéndose en superficie y transformando muchos lugares. De forma paralela nuevas especies procedentes de sistemas abiertos colonizaron estos ecosistemas y otras se adaptaron creando nuevas relaciones ecológicas. A estos sistemas agrícolas, expertos en conservación le han llamado «estepas cerealistas» por asemejarse en su estructura a las estepas. Albergan una comunidad de aves muy peculiar donde destaca el aguilucho cenizo como especie depredadora.

Originalmente criaba en zonas de vegetación de herbáceas o matorral medio y hoy en campos cerealistas o similares. Construye los nidos en el suelo y el 95% se sitúan en terrenos agrícolas de cereales y barbechos. Se adaptó perfectamente al sistema antiguo de cultivo al tercio que se practicó hasta los años cincuenta: hoja de cereal, hoja de barbecho para alimentación de fuerza animal, y hoja de cultivo de especies nitrificantes. Todo ello era potenciado por una potente cabaña ganadera que pastaba en los barbechos y rastrojos, una manera natural de fertilización. Recién llegada a principios del siglo XX, se adaptó perfectamente a este sistema de cultivo y aumentó sus poblaciones. Con el advenimiento de los abonos inorgánicos y la mecanización del campo comenzó a romperse la relación que se había establecido. La aparición de las cosechadoras mecánicas fue el siguiente paso que desestabilizó de nuevo el sistema y muchos pollos cayeron y siguen cayendo bajo sus cuchillas.

Esta especie suele criar en colonias más o menos densas y se caracteriza por volver a criar en los lugares de nacimiento, hecho que se conoce como filopatría. Si la mortalidad adulta no es sustituida por ejemplares jóvenes porque mueren en su fase de pollo, en poco tiempo desaparecen las colonias. Con el tiempo se ha sumado otro factor favorecido con el aumento de los conocimientos científicos sobre el genoma de las especies cultivadas, las conocidas variedades de ciclo corto que ha reducido el tiempo para su desarrollo y adelantado el período de cosecha. En los últimos años la recolección en muchos lugares se produce, incluso, antes de que construyan su nido o cuando están en la fase de puesta e incubación.

Puesto de crianza campestre. R.A.

En una reciente jornada sobre la especie celebrada en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Córdoba se estimó que en Andalucía la población de aguilucho cenizo en el año 2004 era de unas 990-1.000 parejas reproductoras, se redujo a 819 parejas en 2015 y a 657 parejas en 2019. En 15 años el declive de la especie ha sido en torno al 34%. Un proceso similar se ha producido en la provincia de Córdoba. Se ha pasado de 80 parejas, en el año 2006, en la mitad sur de la provincia, a 59 parejas reproductoras, en el año 2019, en todo el solar de la provincia. Se han perdido muchas colonias reproductoras de difícil recolonización por la fuerte filopatría y su declive puede ser superior al 30% dado que en 2006 no se incluyeron datos del norte de la provincia.

En la actualidad, el aguilucho cenizo se encuentra inmerso en una verdadera trampa ecológica a la que no puede adaptarse por la velocidad del cambio. Solo con una decidida labor de complicidad con los gestores del territorio podrá salvarse la especie. Para ello se están realizando cuidados paliativos con actuaciones de compra de rodales e, incluso, sistemas de crianza campestre tras su rescate de las cuchillas de las segadoras.

Sólo con una decidida acción de retraso de la recolección de la cosecha y la reducción de productos fitosanitarios, junto a la recuperación de márgenes y lindes, podrá salvarse al aguilucho cenizo del proceso de extinción en el que está envuelto. La Política Agraria Común debe dotar de mecanismos para hacerlo posible y el Plan de Desarrollo Rural de Andalucía tendrá que desarrollar mecanismos ágiles y adaptativos en el tiempo; los ensayados hasta ahora se han mostrado ineficientes.

* Biólogo