El verano es como Peter Pan: idiota, inmaduro e irresponsable. El Capitán Garfio es la lucidez del invierno. Gobierna una embarcación que igual navega que vuela. Manejada, eso sí, por marineros ineptos y enloquecidos pero todos resueltos a matar a Peter. El duende verde personifica a esos hombres--niños que buscan a niñas--madres que les expliquen cuentos al irse a dormir. Puro verano, no me negarán. Noches de amor, revolcones en la arena y Pitbull cayendo como napalm sobre nuestros oídos. Motos de agua, after sun y reposiciones en televisión. Por no hablar de bermudas y chancletas. Está comprobado que si todos los chinos saltaran en el mismo momento, la tierra se desplazaría de su eje. Si además llevasen chancletas los mares se secarían y volvería a llover en el Sur de California.

Garfio, ese hombre despreciado y vilipendiado, era el favorito de Voltaire. El filósofo le dijo mata al niño y solo así podremos acceder a ser adultos. Peter fue el enviado de Rousseau, el del buen salvaje, pensador línea Joan Herrera y viva el cuscús. A Peter Pan le dieron todo el tiempo del mundo para convertir a la humanidad occidental en imbéciles y organizar contenidos en T5. Mientras, a Garfio le perseguía un cocodrilo con una bomba en la barriga. La partida no fue muy justa ¿no? En recuerdo de aquello antes se llevaba un mordisco en la muñeca izquierda que se llamaba reloj. Hasta eso nos quitó Peter, el verano, la noción de tiempo. En agosto solo hay calor, sombra y patatas bravas. Y con eso te organizas el día.

Digámoslo claro: la gente no es feliz en verano. Nunca lo ha sido. Ni estando en los Beach Boys --palizas, demencia y alcoholismo: fun fun fun-- uno pudo ser feliz en verano. El verano es ese tramo que va desde quemar muebles viejos a querer quemar a Marina Rossell por cantar El cant dels ocells . Abril no es el mes más cruel, como inmortalizó el poeta. Por un problema de rima galesa, abril encajaba pero agosto y julio, no. Son dos meses crueles porque en ellos o no pasa nada o pasa lo peor. Sin término medio. El informe médico de tu próstata duerme el sueño de los justos en agosto. Y tu cuñado se lía con tu mujer en julio aprovechando que has bajado con los niños a comprar pollos a l´aast .

Del mismo modo que todos los escritores empezamos queriendo ser Mozart y, a las primeras de cambio, ya somos Salieri, el verano lo empiezas soñado como un video adolescente de los One Direction y acaba siendo una de esas canciones vengativas de Los Planetas.

Se ha de reconocer, eso sí, que se trata de la estación más persuasiva del año. Por eso, alrededor del mes de abril uno vuelve a tener la tentación de creer en él. Y hace proyectos. Y hasta programa vacaciones. Quiere ser feliz como supone que lo son el resto de los humanoides. ¿Resultado-? Error. Decepción. Abismo.

Da igual que haya quien asegure disfrutar en verano. No los creas. Suelen ser agentes infiltrados en las filas de Invernalia. El verano es claramente una estación sobrevalorada. Un globo sonda enviado por el Gobierno. Una época absurda en la que duermes mal, esperas el regreso de las navidades y anhelas la huida a lo Bourne. A 40 grados, el otoño se te asemeja irresistible. Con sus cielos Julianne Moore y sus manitas frías. El verano engaña en su esencia y en sus formas.

Tal y cómo relata Bergounioux, en Una habitación en Holanda , Renée Descartes pidió huir del estío para hacer algo positivo con su vida. Buscó un exilio. Un lugar sin guerras. Y especialmente uno en el que hiciera frío, mucho frío. El filósofo se refugió en los Países Bajos. Allí, sin salir de su cama, rodeado por ese frío --que acabó por matarlo todo hay que decirlo, años después en Suecia--, pudo desligarse de todo aquello que le era dado. De los amigos y las mujeres que entraban sin avisar. De la herencia cultural recibida, de lo que ya sabía, sentidos, mimos y apariencias. El Dios Engañador se hallaba escondido en la canícula veraniega y Descartes lo sabía.

Habrá quien diga que soy un resentido. Puede ser. Pero uno no deja de ser lo que ha vivido. De adolescente sabía que mis únicas posibilidades de conseguir a la chica era asegurar la jugada hasta el uno de junio. En esa fecha abrían la piscina municipal, la del Martinenc, y mis acciones bajaban en picado. En bañador todo mi encanto, mis bromas y mis discos de la ELO quedaban borrados como lágrimas en la lluvia.

Mi amigo Juanjo y yo nos hicimos punks un día del mes de julio y con la chupa de cuero plantamos cara al engaño del verano. Puedo asegurar que hace mucho calor dentro de una de esas cazadoras. Voltaire, Johnny Rotten y Garfio. No era mal equipo aquel. La embolia de Juanjo en las duchas del Martinenc fue una mala pasada.

Ya de más mayor, mi querencia por chicas de padres con pueblo y mujeres casadas hizo que el verano fuera una eterna espera. Dos meses en el Corredor de la Muerte. Siempre varado en la ciudad con el peligro de que alguien te llamara o que ese alguien no te llamara. No hay peor melancolía que una colchoneta en una piscina vacía. Ni como dice el poeta Jordi Virallonga, peor soledad que la del centinela. En agosto, apostillo.