Estamos en fechas de Navidad. Adornos y luces de colores inundan nuestros salones, lugares de trabajo y calles para recordarnos una y otra vez que estamos en una época especial del año. La tradición de la Navidad se remonta mucho más atrás que al origen religioso que le otorgamos en la actualidad. En efecto, sabemos que el nacimiento de Jesús (la Natividad) no ocurrió en esta época del año, y que tampoco ocurrió en el año 1 de nuestra era (no existe el año cero, por lo que los siglos acaban siempre en un año que sí acabe en cero: 2000 fue el último año del siglo XX y del segundo milenio de nuestra era); posiblemente el nacimiento de Jesús ocurrió entre marzo y abril de los años 7 a 5. Estos son los caprichos del calendario, una herramienta más que nos sirve para medir el paso del tiempo para conseguir una organización correcta de las tareas humanas.

El verdadero origen de la Navidad hay que buscarlo en el solsticio de invierno. Es el momento en el que el Sol alcanza la altura más baja sobre el horizonte durante su culminación (cuando cruza el meridiano, la línea Norte-Sur pasando por el cenit). Era una fecha muy importante para las culturas antiguas, dado que a partir de ese momento el sol comienza a ascender día a día en el cielo, aumentándose paulatinamente las horas de luz y disminuyendo las horas de oscuridad. Los romanos celebraban el solsticio de invierno con la festividad del Sol Invictus, que daba alusión al renacimiento del sol, justo después de un período de 7 días, la Saturnalia (festividad dedicada al dios de la agricultura, Saturno) que ya tenía muchas similitudes a lo que hoy es la Navidad (uso extensivo de velas y antorchas, celebraciones con mucha comida y bebida e intercambio de regalos). Hacia mitad del siglo IV, los cristianos movieron la fiesta de la Natividad para que coincidiera con la Saturnalia, hasta que en el siglo V la nueva festividad se impone completamente a los ritos anteriores. En 2016 el solsticio de invierno ocurre el 21 de diciembre a las 11.44 de la mañana, hora local peninsular española.

Pero el miedo a la oscuridad ha desaparecido completamente en nuestras sociedades. Quizá la esencia de la Navidad como un momento de paz y felicidad en familia, con comidas especiales que no se pueden hacer durante el resto del año, o regalos muy particulares, también ha cambiado con respecto a épocas pretéritas no muy lejanas. Ahora vivimos un consumismo exagerado que comienza a principios de noviembre en el que se incita que lo importante no es el disfrutar de nuestra familia y amigos sino gastar lo más posible. Y gastamos de todo, por ejemplo luz y energía, iluminando durante semanas en exceso todo lo que nos rodea, sin pensar en las consecuencias que toda esa iluminación extra tiene sobre el medioambiente y sobre nosotros mismos. Si de por sí la contaminación lumínica es nociva, en las épocas navideñas su efecto se acentúa. Por supuesto, es muy bonito y estético ver la miríada de diminutas luces de colores que decoran nuestras ciudades, y está bien disfrutarlas unas pocas horas unos pocos días, pero con ello perdemos aún más el gran espectáculo que, día a día, noche a noche, nos regala el Universo. Cielos oscuros, como lo son los del Observatorio del Roque de los Muchachos en La Palma, el Observatorio de Siding Spring en Australia o el Observatorio de Paranal en Chile, no necesitan aderezos ni luces artificiales para celebrar la Navidad. Desde estos lugares cualquier noche sin luna y sin nubes se convierte en un espectáculo por sí misma, con un cielo cuajado de estrellas Esos soles lejanos, extendidos sobre el terciopelo negro del cielo cual diminutas y coloridas luces de Navidad, nos recuerdan que la verdadera esencia del Cosmos está siempre ahí. Lo mismo ocurre con la Navidad. Su esencia de transmitir paz y felicidad debería ser algo cotidiano de cada día y no sólo los deseos fugaces de este momento señalado sobre un calendario inventado.

El autor es astrofísico cordobés en Australian Astronomical Observatory y miembro de la Agrupación Astronómica de Córdoba, escribe regularmente en el blog ‘El Lobo Rayado’