Esperanza nos ha invitado a Adela y a mí, las otras dos del trío de amigas de la infancia, a desayunar en su casa. Nos dio a elegir entre desayuno y merienda y, al menos en esto, hubo acuerdo: las tres preferimos comer por la mañana, que por la tarde y la noche empieza a sentarnos mal. «¿Qué llevamos?», pregunté a Esperanza por teléfono. «Adela que haga tarta de queso, que le sale muy bien; y tú trae cava», contestó. «Se lo diré a ella», dije, «y no voy a llevar cava, sino champán, que mi hijo me ha regalado unas botellas». Esperanza no concibe invitar a un desayuno de café con leche y magdalenas o pan con aceite o tortas de toda la vida, e incluso churros caseros, sino que monta un auténtico brunch, mezcla de desayuno tardío y almuerzo anticipado, y a lo anterior añade variedad de panecillos y pasteles, jamón y fiambres, paté, pescado de lata, queso, huevos cocidos, zumos, refrescos... Y qué se yo que más.

Cuando llegamos, nos pasa directamente a la cocina, que es muy grande. En la puerta del frigorífico, sujeta con un imán con forma de cochinillo asado, tiene colgada, escrita con letras grandes, su lista de buenos propósitos para este año. No tenemos que acercarnos mucho para leerlos: 1. Dejar de usar ropa interior. Adela y yo nos miramos. ¿Toda? ¿Por qué? ¿De dónde ha salido semejante idea? «De una película de Sandra Bullock», dice Esperanza muy tranquila. «¿De qué año?», pregunta Adela con toda la mala intención. «De 1996, ya que lo preguntas». Pero no nos atrevemos a preguntar más; tenemos bastante con la imaginación, que juega al corro desenfrenada. 2. Perder 10 kg. «Mira por donde, una cosa normalita», reímos mientras brindamos y picamos, por decirlo de alguna manera. 3. Escribir la novela. Esto es serio. Y otra vez Adela: «¿Qué novela?» «La que quiero escribir», contesta Esperanza mientras se prepara un serranito, con su lomo, su pimiento, su jamón y su mayonesa. «Ahora todo el mundo escribe novelas; no debe ser tan difícil». Y yo, «pero si tú no has escrito nunca nada». Esperanza se enfada: «¿Y qué importa eso?» La dejo por imposible y me río. Adela también se ríe y apuntando con el índice hacia el serranito le dice: «Sí, hija, sí. Deja de usar ropa interior y escribe esa novela porque, desde luego, los 10 kg. no los pierdes».