Y qué pasó con la Falange y el Movimiento? «Esto sí que es curioso. Porque yo, que nunca quise ser militante de Falange a pesar de mi gran amistad con José Antonio y de estar de acuerdo con su filosofía política, al ser nombrado presidente de la Junta Política -contó Serrano Súñer a este periodista- traté de ganarme a los falangistas más puros, entre ellos y a los que más a Dionisio Ridruejo y a Antonio Tovar, y con ellos y con falangistas sinceros como Laín Entralgo, Giménez Caballero, Torrente Ballester, Luis Rosales, Vivanco, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Foxá, Alfaro, Ros y Eugenio D’ Ors, tratamos de salvar las ideas principales de la Falange de José Antonio. Cosa que nos costaba, ya que ni Franco ni los ministros carlistas, monárquicos o católicos eran falangistas y se oponían a que la Falange fuese la columna vertebral del Estado (como había sucedido en Italia o Alemania). Y esto lo fuimos capeando con Franco como pudimos hasta que llegó el nombramiento de Galarza como ministro de la Gobernación, ya que todos sabíamos que Galarza era un antifalangista radical. Aquel nombramiento, en realidad fue el comienzo de mi cese, porque los falangistas de verdad, Ridruejo, Tovar, Laín Entralgo y otros que se sintieron ofendidos dimitieron. El caso de Ridruejo me afectó de manera especial. Porque Dionisio era, y fue hasta su muerte, el hombre más sincero y más noble de cuantos he conocido. Fui testigo de su «evolución» política y puedo decirlo con conocimiento de causa. Cuando le conocí en Salamanca era el más falangista de todos y por ello el que más discutió -a mí y al propio Franco- el Decreto de Unificación. Para él unir por la fuerza la Falange con el Carlismo, los monárquicos conservadores y los católicos había sido un disparate, pues a la larga, en cuanto terminase la guerra, aquello terminaría mal para todos... Y actuó en consecuencia y se marchó, de soldado raso, a la División Azul a Rusia. ¡No estaba de acuerdo con el papel que Franco le había asignado a la Falange! Un papel que la dejaba de marioneta para cubrir las apariencias externas del Régimen. Por eso, cuando volvió, ya no era el mismo y vino decidido a dejarlo todo y apartarse del Movimiento (eso del Movimiento le sacaba de sus casillas). Pero, yo paré en varias ocasiones sus dimisiones y, por el afecto que ya nos teníamos, conseguí mantenerlo en el Régimen. Sin embargo, el nombramiento de Galarza como ministro no pudo soportarlo y presentó su «dimisión irrevocable» (ver carta de dimisión en la página web). Y yo, que pensaba como ellos y, que ya estaba también desencantado, me sumé a ellos y también presente la mía.

Sin embargo, Franco no la aceptó y me dijo: ‘Ramón, no, ahora no puedes irte. España y yo te necesitamos?. Y me quedé, cosa de la que después me arrepentiría.

Pero, ¡oh, milagro!, hubo otros falangistas que se fueron directamente a Franco y se ofrecieron para «servir y sacrificarse por España». Pocos días después José Luis Arrese, Girón de Velasco y Miguel Primo de Rivera fueron nombrados ministros del Gobierno, con lo cual demostraron que para ellos la Falange solo era un trampolín para llegar a los sillones a los que habían aspirado, antes, en y después de la guerra. ¡Y esos fueron los que me tacharon a mí de ‘traidor’ a la Falange y a José Antonio! Naturalmente a ellos les molestaba que yo permaneciera en el Gobierno y con alguna influencia sobre mi ‘pariente’... Y se sumaron a los corruptos que ya pedían mi cabeza. Franco no les hizo caso de momento, pero la Hybris fue a más y mi ‘pariente’ se fue creyendo de verdad que era Dios... ¿Y cómo no se lo iba a creer si hasta los obispos y cardenales lo recibían bajo palio? Hubo un momento, creo recordar que fue el 17 de julio de 1941, pocos días después de que Alemania invadiera Rusia, cuando en realidad Franco me cesó, al menos en su cabeza. Aquel día Franco pronunció ante el Consejo Nacional un discurso apasionado y feroz contra los aliados y a favor de Alemania. Al terminar, aquellos consejeros serviles aplaudieron con frenesí sus palabras y casi le sacan a hombros. Yo permanecí callado, de pie como todos pero sin aplaudir y mi cara, según me dijo algún amigo, era todo un poema. Franco se dio cuenta de mi silencio y mi nulo entusiasmo y nada más terminar me dijo: ‘Ramón, vamos a tu despacho, tenemos que hablar’. Pero, ya incluso en el pasillo, criticó mi postura y se quejó de mi frialdad. Bueno, yo le expuse mis razones, que no eran otras que la imprudencia con que se había expresado siendo como era el jefe del Estado y que si quería decir lo que había dicho debiera haber delegado en cualquier ministro, porque a un ministro se le puede cesar, pero al jefe del Estado, no. Franco no lo entendió así y solo dijo: ‘Vale, Ramón, quizás tengas razón... (y tras una pausa añadió) Lo malo, Ramón, es que siempre acabas teniendo razón’.

Y aquel día no hubo más, pero a partir de ese momento nuestras relaciones ya no fueron como antes. ¡A Dios no se le pueden criticar sus actos! Y más cuando ya estaba operando el que yo llamé ‘sindicato de corruptos y serviles’, es decir los corruptos de las comisiones del trigo y el contrabando de alimentos, los generales sobornados por Londres, los obispos del brazo en alto, los falangistas serviles y las lenguas viperinas de doña Carmen. A ellos, a todos, molestaba ya mi presencia... ¿Y cómo no le iba a molestar también a quien ya se creía que era Dios que un ministro le tutease y le llamara simplemente Paco en pleno Consejo de Ministros y ante los que se hincaban de rodillas como serviles secretarios y no se atrevían ni a mirarle de frente? Está claro, Ramón les molestaba ya a todos.

Así que no me vengan con lo mío con la marquesa de Llanzol. Eso no contó para mi ‘pariente’. Y ahí se inició mi cese y mi ruptura con Franco y el franquismo. Porque al cesar el 2 de septiembre de 1942 me aparté de todo y rehice mi vida profesional y ya no tuve actuación política alguna.

Bueno, no digo toda la verdad, ya que en 1945, al terminar la Guerra Mundial y desaparecidos Mussolini y Hitler, me atreví a escribirle una carta (ver en la página web), a corazón abierto, exponiéndole mis pensamientos sobre la difícil situación que iban a vivir España y el Régimen con los aliados victoriosos. Fue una carta sincera, en la que entre otras cosas le pedía que licenciara a la Falange, aunque solo fuese para que recuperase el honor perdido, y que nombrase un Gobierno de Concentración en el que pudieran figurar hombres como Ortega y Gasset, Marañón o Cambó. Naturalmente, Franco aunque me llamó al Pardo y tuvimos una larga conversación sobre los difíciles momentos que se vivían, no me hizo ningún caso ni yo volví a hablarle nunca más de política».

Y aun así sus enemigos no le dejaron tranquilo. Porque cuanto más triunfaba como abogado (llegó a ser el abogado más respetado y cotizado de España y uno de los mejores de Europa) más patrañas contaban contra él. De las filas del Movimiento, incluso de los más serviles del Pardo salió entonces la idea de que todo lo conseguía por ser el cuñadísimo Hasta el grandísimo éxito que tuvo con el affaire de la Barcelona Traction, cuando por sus numerosos conocimientos sobre el Derecho Internacional recusó a todos, ¡a todos!, los miembros de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Barcelona que juzgaba el caso, lo que fue noticia en toda la prensa occidental, menos en la española, por supuesto.