El toreo no es solamente ponerse delante del toro y hacerlo pasar de aquí para allá. Es mucho más. El toreo es arte, pasión, sentimiento, pureza, hondura, valor, distinción... virtudes que, por desgracia, no se aprenden en la escuela taurina, hay que nacer con ellas y, a base de aprender el oficio, ser capaz de desarrollarlas en el ruedo.

Con el academicismo no se gana ni para la entrada de un cortijo; solamente ayuda a adquirir la técnica para desenvolverse en la cara del toro con más o menos garantías. Pero lo otro, ¡ay lo otro!, eso, o se tiene o no hay nada que hacer.

Los tres novilleros que hicieron ayer el paseíllo en Madrid demostraron que, cada uno con su estilo, saben más o menos la metodología, aunque viciada con esa tauromaquia moderna de los cites fuera cacho, el toreo en línea recta y para fuera, o, lo que es lo mismo, sin alma.

El único que puede presumir de sello propio es el salmantino Alejandro Marcos, que trata de hacer las cosas con pinturería y desmayo, a pesar de que ayer se le vio embarullado y sin ideas para aprovechar las bondades de su primero, que tuvo tanta calidad como flojedad de remos.

Fue éste un novillo que colocó bien la cara pero quedándose cortito, y al salmantino, que se acopló algo mejor por el izquierdo, únicamente se le puede anotar el tremendo volteretón que cobró en el epílogo a dos manos.

La conmoción del percance hizo que, tras la estocada, llegaran a asomar pañuelos en la petición de oreja, que el usía, acertadamente, no concedió. Ni siquiera la vuelta al ruedo que dio tuvo entidad.

El cuarto toro de la tarde se movió sin clase, y Marcos, que nunca encontró ni el sitio ni la distancia, se diluyó en un mar de enganchones.

El peruano Joaquín Galdós demostró que sabe torear, y muy bien, con el percal, pero con la muleta es otro cantar.

Su primero tuvo buen son aunque le faltaran finales en las embestidas por su notoria endeblez. Galdós anduvo fácil, suficiente, pero la falta de ajuste y esas acusadas y modernas manías que posee hicieron que la faena transcurriera en las antípodas de la emoción.

El quinto se rajó a las primeras de cambio, y el peruano desistió también pronto.

El peor parado fue el colombiano Juan de Castilla, que volvía a Madrid en sustitución el mexicano Luis David Adame.

Pero está visto que a De Castilla le hace falta el toro complicado o con carbón para desarrollar su toreo de firmeza y valor, ya que en cuanto sale el bueno se le notan, y mucho, las carencias artísticas que atesora.

Así se explica que no llegara a aprovechar al tercero, un gran novillo por el pitón derecho. El último se apagó pronto y el colombiano se eternizó en un continuo quiero y no puedo, y con la gente apremiándole. H