Que sólo se cortaran dos orejas a los cuatro buenos toros que se lidiaron ayer del ganadero madrileño Victoriano del Río en Valencia puede servir como escueto pero elocuente resumen de lo poco destacable que sucedió en la tercera corrida de la Feria de Julio.

Y aún así habría que matizar, porque esas dos orejas tuvieron muy distinto valor específico: no puede igualarse la cortada al bravo primero de la tarde por Miguel Ángel Perera, tras la faena más consistente, a la que paseó David Mora, básicamente, por la contundente estocada con que remató su desigual trasteo al bravo quinto.

Los mayores méritos de Perera fueron los de llevar siempre sometido, a veces en exceso, al que abrió plaza, que tuvo entrega y repetición en unas embestidas que encontraron respuesta en la solidez del extremeño, aunque a costa de cierta fluidez en los muletazos. Esa fórmula que aplicó Perera tuvo más sentido con su segundo, al que, sin dar un paso atrás, aplacó así su genio y su falta de clase, aunque sin acertar a la primera con el acero.

En cambio, un fulminante espadazo le valió a David Mora para finalizar con rotundidad una faena que nunca antes la tuvo, pues el madrileño se conformó con empalmar medios pases al hilo del pitón ante un serio toro sardo que resultó en el último tercio más que manejable a pesar de la desordenada lidia que recibió

También le faltó a Mora más decisión para apurar la gran calidad que tuvo el segundo, por mucho que acabara rajándose a mitad de faena sin que el diestro le llevara todo lo largo que el animal exigía.

Solo López Simón se fue sin premio de la plaza, y no porque no se lo hubiera pedido también el amable público valenciano, sino por que mató al sexto de un horrendo metisaca a la altura del brazuelo.

Antes, el joven espada se había prodigado en un trabajo amontonado y destemplado, casi siempre situado también en la pala del cuerno de un toro muy astifino que no le negó ni una embestida, a pesar de sus imprecisiones con las telas.

De muy similar corte fue también la faena de López Simón al tercer animal de la tarde, un astado terciado al que, pese a su voluntad y su aguante para esquivar tantos cabezazos como soltó, no llegó a imponerse con autoridad. H