"Un buen alcalde debe tener en su mesilla de noche la maqueta de un edificio singular, firmada por un arquitecto galáctico, y conciliar el sueño leyendo los presupuestos municipales", dice mi amigo Calzado. No parece mal ejercicio para conseguir un equilibrio entre la ilusión y la realidad, entre el querer y el poder, en la actividad edilicia. El alcalde --que, en mi modestísima opinión, conviene que sea quien encabece la lista más votada-- encarna la ciudad, pero debe intentar moldearla según sus criterios. Por eso debe tener un concepto nítido de lo que quiere hacer con ella. Por lo general, el modelo urbano lo prefiguran los propios ciudadanos, al menos en lo más básico. El debate ciudadano, el diálogo de los distintos estamentos que conforman el tejido social urbano, la contraposición de sus propuestas, es el fundamento de lo que ha venido en denominarse participación ciudadana, que finalmente no refleja más que las aspiraciones de la ciudadanía. Aspiraciones que pueden formularse orgánica o inorgánicamente, por lo que hay que exigir finura de oído a los munícipes en general, y al alcalde en particular. Entre el ruido arbitrista y las impracticables ocurrencias, puede aparecer una idea, la Idea, que permita cohesionar a los ciudadanos en pos de una meta que dé un sentido último al quehacer municipal. Aunque también --obligado es para mí decirlo-- resulta muy conveniente la lectura de los informes de los órganos consultivos municipales, llenos de advertencias y sugerencias tan desinteresadas como interesantes para la buena marcha del municipio. Y, last but not least , un buen alcalde debe tener lo que llamaría una mente abierta. "En los ayuntamientos, la ideología debe diluirse en la gestión, como el comino en los guisos: dando sabor, pero sin empalagar", me apunta Calzado. Las propuestas, los proyectos, las ideas, son buenas o malas en sí mismas, no en función de quien las plantee, o del escaño del Pleno del que provengan. El alcalde, con el carisma que le propicia el cargo, debe ser capaz de buscar los matices coincidentes para encontrar un consenso ciudadano y político, que es la base para una gestión eficaz y sin sobresaltos.