Javi Hervás y su amigo Rafa esperan al resto, que se retrasa, por una partida a la consola. Una señora se detiene junto a ellos, frente al portal. Fija su mirada en el jugador. "¿Y tú quién eres?". "Javi", responde. "No, no te conozco". Rafa le refresca la memoria. "¡Javi, el hijo del calvo!". La mujer exclama. "¡Ah, claro, claro; ahora que te miro sí te pareces!". Es la familiaridad de esta manzana de pisos en pleno corazón del barrio del Guadalquivir, donde "todos tenemos muchos nombres". Una urbanización interior llena de coches aparcados en los soportales, con varios columpios y bancos de madera crujidos por el sol, donde Hervás --al que también le llaman El Negro-- y sus amigos han pasado --y siguen haciéndolo-- tantas y tantas horas de charla.

Aún faltan dos por bajar. Hervás los telefonea. "Si silbas es más fácil que vengan", ironiza. Cuando se juntan los cinco, brota la complicidad. No paran de tocarle la cabeza. "Era un ligón", descubre su amigo Alex. "Se llevaba a todas las chicas. Antes tenía su pelillo, se repeinaba, le daba el viento... ¡era un guaperas!".

"Yo lo veía en cadetes y era el que más destacaba --afirma Jesús--; en un partido de pelotazos, llegaba él, bajaba el balón y la daba fácil. Merece estar donde está. Es el mejor". De chicas ya no se habla. "Que tiene novia", susurra el amigo. Hervás asiente. "Desde el verano". Pero en los recuerdos, predomina el fútbol. "El, su pelota y su botella de agua", le recuerdan. Hervás ataca. "Es que yo era el único que la bajaba". En un segundo llega la réplica "¡Pero no le dabas a nadie!".

Eran tiempos de albero y piedras. "Desde chicos éramos una piña, siempre jugando al fútbol, con su padre, con gente mayor, allí en las carreteras, que antes estaban sin edificar", señala Rafa. "Poníamos nuestras piedras y siempre jugando al fútbol". Aunque a Hervás su calidad no siempre le benefició. "No queríamos jugar con él porque nos ganaba y no nos pasaba la pelota; se iba él solo para arriba con el balón", clama Jesús.

Un día, Tomás le hizo una promesa. "Cuando juegues en el primer equipo me saco el carnet". Y Tomás ha sido un asiduo de El Arcángel esta Liga. "Se te ponen los pelos de punta al verlo jugar". Aunque como indica Rafa, "alguna vez hemos tenido encontronazos, cuando le gritan que se vaya a Sevilla. La gente es así: hoy te quiero mucho y mañana no". Hervás le quita importancia. "Te duele al principio; pero me aislo".

Le ha cambiado la vida, ¿pero él ha cambiado? "¡Nada!", saltan los cuatro al unísono. "¡Bueno, sí, de coche!", observa Tomás. "Y que tiene novia y está más liado". "Pero cada vez que puedo me paro y echamos unas risas", se justifica el futbolista, al que todos ven más maduro.

La primera vez que lo vieron en televisión gritaron: "¡Mira el calvo!". Ya se acostumbran. "¡Pero el año que viene vamos a tener el corazón partío !", exclaman.

Hervás paladea sus últimos días y las noches de guitarra en su patio, junto a sus amigos. "El año que viene echaré de menos cuando venga de entrenar y no tenga con quien pararme", se entristece. "Tranquilo --le alivia Rafa--, que si tú no puedes venir, iremos nosotros a Sevilla!". "¡Ya tenemos casa!", ruge Tomás. "¡Y vamos a ir sin avisar!".

Antes, quizá cumplan un sueño y otra promesa. Un ascenso y unas vacaciones veraniegas a gastos pagados que Hervás les prometió hace un año. "¡Aunque sea a Torremolinos!", suplica Tomás.