Mi primer reto al llegar a la Alcaldía debiera ser conocer la ciudad que quieren los cordobeses. Entonces me daré cuenta de que quieren una ciudad en la que la educación no sea un instrumento político, en la que se formen los mejores profesionales, en la que no se juegue con sus monumentos y su historia como si de una partida de ajedrez se tratara, en la que recuperemos los valores olvidados de igualdad, libertad y fraternidad, de mérito, de capacidad.

Una Córdoba en la que se respete y ayude a los mayores, en la que la propia ciudad sirva como tren de convivencia, en el que los vagones vayan juntos, con el resto de administraciones, y no cada uno por un lado. Y apostaría por hacer favorable el nacimiento de la cultura desde dentro, reconociendo y ayudando a los jóvenes valores que cada año salen de los centros de enseñanzas artísticas, y de las universidades.

Una ciudad que aproveche los espacios públicos y los espacios libres como lugar de encuentro entre culturas, y que la propia ciudad viva la cultura con los brazos abiertos, dando la bienvenida a los jóvenes talentos de fuera, pero sin abandonar a los nuestros, que se tienen que ir mas allá de Despeñaperros para buscar trabajo, y para demostrar su valía.

Una ciudad que apoye al pequeño y mediano empresario, al pequeño y mediano comercio, al trabajador autónomo...

Una Córdoba en la que los políticos trabajen con humildad, sin despilfarro, sin tantos asesores, en la que sus representantes sepan que son los ciudadanos quienes les pagan su sueldo.

Porque los problemas de cada ciudadano están ahí, con el paro que es una realidad, y nada ficticio, con sus quejas y lamentaciones, con las lágrimas de cada familia al llegar el día.

Y lucharía con otros partidos e instituciones para alzar la voz en nombre de todos y conseguir la reforma de la competencia autónoma de sucesiones, ley injusta y recaudadora, que en otras autonomías no existe o es mínima.

Un alcalde tiene que tener la valentía de hacer las propuestas de verdad, valientemente, sin mirar de reojo.