Ganado: Toros de Victoriano del Río, tercero y cuarto con el hierro de Toros de Cortés, muy desiguales de presentación, con varios terciados y de escaso cuajo junto a otros altos de agujas.

Enrique Ponce: estocada baja (silencio); media estocada desprendida trasera (silencio).

José María Manzanares: estocada caída (oreja); estocada desprendida (oreja)

Lama de Góngora, que tomaba la alternativa: dos pinchazos, pinchazo hondo y descabello (silencio); tres pinchazos (silencio).

La plaza: se llenó en tarde primaveral.

Dos orejas de muy generosa concesión fueron el excesivo premio para las dos inconcretas faenas que realizó ayer José María Manzanares en el sexto festejo de abono de la feria de Abril de Sevilla.

Se llenó por fin la plaza de la Maestranza al reclamo de las primeras figuras que han hecho acto de presencia en la feria y, para no cambiar el criterio con tardes anteriores, se siguieron concediendo orejas con escaso aval: en este caso, el de la pasión desbordada y ciega de Sevilla con el pródigo José María Manzanares.

Después de un año de ausencia por el manido contencioso que mantienen varios toreros punteros con la empresa del coso maestrante, la afición hispalense parece haber retomado su ya largo romance con el alicantino mostrándole una generosidad incondicional más allá de lo que haga en la arena. Es así como esas dos orejas que paseó Manzanares vinieron a premiar sendas faenas inconcretas y sin macizar a sendos toros de dispar condición.

El terciado primero sacó un áspero temperamento que el torero de Alicante no logró suavizar hasta muy avanzando su trasteo. Tenso y nervioso, aguantó cada oleada sin llegar a centrarse ni asentarse por completo. Manzanares recorrió con el toro mucho ruedo durante un largo pulso en el que se alternaron algunos buenos pases con una numerosa sucesión de enganchones y tirones que no ayudaron a la armonía de la obra, aunque el público jaleó por igual lo bueno y lo menos bueno del alicantino, sin matices.

Algo similar le sucedió en el quinto, después de que se luciera su cuadrilla en los dos primeros tercios. Fue cuando se puso a torearle al natural cuando el animal volvió grupas y tomó el camino de la tablas, donde, con la misma brusquedad de muñecas, Manzanares alardeó dándole los adentros en otra inconcreta obra de largo metraje. El remate con una estocada fulminante, cobrada en las misma puerta de chiqueros, desató de nuevo esa pasión del tendido, que incluso pidió, pero no consiguió, para Manzanares una tercera oreja.

A Enrique Ponce le correspondió un lote insulso y desfondado. El grandón primero, al que castigaron muy duro en varas, se paró tanto como el cuarto, y con ambos hizo el valenciano un aseado y pulcro trabajo técnico sin éxito ni brillo. La tarde también tenía el interés de la alternativa del diestro local Lama de Góngora, que no pudo celebrar la efeméride con un éxito. El toro de la ceremonia fue otro ejemplar alto de agujas que nunca se empleó tras la muleta del joven espada.