La existencia de un curso de agua con abundante caudal en el interior del aeropuerto de Barajas agravó aún más la tragedia del 20 de agosto. Buena parte del fuselaje del MD-82 cayó en el arroyo de la Vega y muchas de las víctimas fueron rescatadas de las aguas por los servicios de emergencia mientras permanecían amarradas en los asientos del avión por los cinturones de seguridad. Al menos uno de los 154 fallecidos murió ahogado en el agua, según reveló la autopsia y han confirmado a EL PERIODICO varias fuentes judiciales.

Uno de los supervivientes del accidente, Leandro Ortega, de 22 años, y que viajaba en la tercera fila del avión siniestrado fue rescatado por los bomberos de Barajas cuando el agua del arroyo ya casi empezaba a entrarle por la boca, según relató él mismo. El joven sufrió una contusión pulmonar y se recupera de las lesiones. A punto de morir ahogado también estuvo Pedro Angel González, otro de los supervivientes del siniestro que en su caso volaba en el asiento 5E del avión de Spanair. Otros casos han quedado de momento en el anonimato.

CONSECUENCIAS ECONOMICAS El hecho de que una de las víctimas mortales haya fallecido ahogada tendrá, además, consecuencias a la hora de reclamar indemnizaciones a la compañía aseguradora. No es lo mismo, a efectos legales, que la muerte se produzca por efecto directo del impacto de la aeronave o de la explosión que por un elemento externo como es el riachuelo.

¿Podía haberse evitado este sufrimiento adicional? Es probable que cuando termine sus trabajos, la comisión de investigación del accidente recomiende cubrir el curso de agua, así como nivelar el barranco por el que se precipitó el avión al salirse de la franja lateral de seguridad obligatoria. Sin ese pronunciado desnivel, la tragedia podía haberse saldado con unos pocos heridos, como muestran las fotografías de las marcas dejadas en el suelo por el tren de aterrizaje del MD-82 justo antes del desnivel. El piloto había conseguido posar el avión y estabilizarlo.