Como ocurriera el Jueves Santo, ayer una hermandad franciscana, la de La Soledad, abrió una carrera oficial cálida por la multitud presente y por el asfixiante calor reinante, todo un calvario para los penitentes especialmente de hábito oscuro, que ha venido siendo la tónica de esta Semana Santa. El solitario paso de la Virgen estuvo exornado por iris morado, arrastarando tras ella y desde el barrio de Santiago a un numeroso grupo de penitentes. Una vez puesto el sol, y acercándose La Soledad a la Catedral, que ayer de nuevo quedó convertida en una carrera oficiosa con la llegada de todas las hermandades, el silencio parecía hacerse más grave y, en Santiago, incluso más íntimo.