El poder evocador que los materiales arqueológicos tienen en nuestra sociedad es muy grande. La imaginación se nos desborda y deambula de inmediato en busca de períodos históricos remotos.

La exposición de piezas arqueológicas debe realizarse siguiendo unos criterios que, al menos, permitan dotarlas de sentido y aseguren su correcta conservación. Nada de ello cumple el mal llamado jardín arqueológico, invento de nuestro equipo de gobierno que ha ubicado en la Alcazaba. Se muestran allí piezas de diversos períodos históricos y lugares de la geografía municipal que se amalgaman en una disposición poco afortunada. Desnudas, despojadas de toda información que las dote de identidad, esas piezas se convierten para el observador en souvenirs de un pasado inconexo, descontextualizado y desconocido.

Tampoco se asegura su conservación ya que muchas de ellas se deterioran considerablemente con las inclemencias del tiempo y la manipulación malintencionada de desaprensivos.

Flaco servicio el que se le hace al tan ansiado turismo de calidad esgrimido por nuestros actuales gobernantes.

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