Es evidente que la ultraderecha se ha envalentonado y el Gobierno se limita a las acciones policiales. «¿Es esa su única respuesta? ¿Tiene el Gobierno algún plan para atajar esta amenaza a la convivencia?», preguntó el diputado socialista Artemi Rallo en la sesión de control en el Congreso. La respuesta fueron balones fuera: «Según nuestros datos es la extrema izquierda la que está aumentando», son solo «hechos puntuales», «tolerancia cero con cualquier violencia»... Bla, bla, bla. El más puro estilo PP. Ya hemos visto hasta dónde nos ha conducido cerrar los ojos ante el conflicto catalán. ¿Podemos permitirnos también la negación del fascismo? En Barcelona, Valencia, Zaragoza y Madrid se ha paseado con sus símbolos y su violencia. Imposible considerarlo un hecho aislado cuando sabemos que el auge de la ultraderecha es ya una gran amenaza para Europa. En una sociedad donde la desigualdad se acrecienta, las migajas de bienestar se convierten en un bien codiciado que invita al egoísmo. Añadamos al problema un conflicto de banderas, una baja concienciación ciudadana, el descrédito de la política y las instituciones, más una ignorancia voluntaria, y tendremos el cóctel completo para que el odio al otro se instale entre nosotros. La sombra de 40 años de franquismo aún pesa en nuestro presente. Tenemos memoria y vemos lo que ocurre en nuestra calle. Cerrar los ojos es permitir que el veneno vuelva a envolvernos.

* Escritora