Tras una visita a Bonn he comprobado cuánto ha cambiado Alemania. Ángelo, dueño de una pizzería italiana, me decía: «Lo noto en mi negocio. La gente ya no sale tanto de noche y se queda en su casa. Ha aumentado la criminalidad». La prensa amarilla culpa a los emigrantes y a la buena fe de la señora Merkel. En la calle donde viví hay ahora una mezquita. No me extraña el problema que ha creado el ministro del Interior, Horst Seehofer, enfrentado a la canciller señora Merkel, por su oposición a la entrada a todo emigrante que haya solicitado asilo en otro país. Está en juego la coalición fraternal CDU/CSU. Imagínense, y olvídense de que las comparaciones son odiosas, al ministro del Interior, Grande Marlaska, criticando al presidente Sánchez por su altruista medida con el barco Nautilius. Actitud que realmente ha provocado preocupación al presidente de Canarias y a la necesidad de no dar palos de ciego unilaterales. También ha sonado la alarma en Andalucía, que exige a Sánchez lógicamente un «tratamiento de Estado» al problema de la inmigración. Lo que ha dicho la señora Merkel en respuesta al órdago de su ministro de Interior, es que «una solución unilateral por parte de Alemania podía provocar un efecto domino muy negativo para Europa». Así que la minicumbre de mañana, domingo, previa al Consejo Europeo de los días 28 y 29, tratará de unificar criterios sobre el gran problema creado por la inmigración. El altruismo político, las cuestiones éticas y la realidad, son difíciles de compaginar por los 28 países de la UE. Aquella Alemania de la caída del Muro ya no es tan feliz.

* Periodista