Las firmas de apoyo de instituciones y colectivos cordobeses a la candidatura de Medina Azahara que se presenta ante la Unesco tiene un simbolismo que va más allá del gesto cívico o del compromiso formal. El pasado jueves, sesenta personas representativas de todos los ámbitos de la vida de Córdoba suscribieron el manifiesto Enamorad@s de la ciudad que brilla (en alusión al significado en árabe del nombre de la ciudad palatina), haciendo patente su compromiso con la obtención para el yacimiento arqueológico del título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. La presencia del consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Miguel Ángel Vázquez, añadió solemnidad y compromiso al acto, el primero de carácter oficial que Córdoba hace en torno a la candidatura, pues la Administración autonómica, gestora del monumento, anunció un refuerzo de 2 millones de euros, al que se sumarán aportaciones privadas del Instituto Alemán de Arqueología y de la World Monument Found que continúan una interesante línea de mecenazgo ya iniciada con la iluminación nocturna a cargo de Endesa.

Aunque es sabido, conviene recordar la trascendencia de que Córdoba obtenga su cuarto título de la Unesco, que sumará a los dos materiales (la Mezquita-Catedral y el Casco Histórico) y al inmaterial de la Fiesta de los Patios. Se convertirá en la ciudad española con más reconocimientos, dando más calidad y variedad a la excelencia de su oferta cultural y asumiendo, como señaló la alcaldesa, Isabel Ambrosio, una gran responsabilidad. El objetivo está ahora en la defensa, protección y puesta en valor de la ciudad califal, para la que, en palabras de Vázquez, «hacen falta muchas manos». El manifiesto se abrirá a la firma de particulares, con lo cual todos los ciudadanos que lo deseen tendrán la oportunidad de sumar su adhesión, pues lo más importante es que la sociedad respalde la iniciativa, que se sienta orgullosa de su patrimonio y se interese por él.

La candidatura está suponiendo, de nuevo, que Córdoba se una en torno a un objetivo, lo que no ocurría desde el fracaso de nuestras aspiraciones a Ciudad Europea de la Cultura. Es, además, un respaldo sin fisuras, alejado de los debates que últimamente implican a laicos y cristianos en torno, principalmente, a la Mezquita-Catedral. Pero Córdoba no debe ser hipócrita, sino asumir la realidad de que durante mucho tiempo no le ha prestado a Medina Azahara la atención que se merece, ni en visitas ni en difusión. Las cosas están cambiando, y al tiempo que es necesario insistir en la necesidad de inversiones en lo que es un yacimiento arqueológico vivo, hay que reconocer iniciativas pasadas, como el magnífico centro de interpretación, o futuras, como la intención de la Diputación de mejorar los accesos. Sea, pues, Medina Azahara y su candidatura un motivo de unidad y de cohesión para esta Córdoba que necesita estímulos y objetivos.