A mucha gente no le gusta --aunque luego lo vea-- el concurso Masterchef porque hay que ver las broncas que les echan los miembros del jurado a los concursantes. "Es que no hay derecho a la forma que tienen de hablarles a los muchachos --dice mi amiga A.--, con el esfuerzo que hacen y el poco rato que les dan para cocinar".

Mi amiga se queda un ratito delante de la tele, luego se mosquea por los modales y porque se aburre y cambia de canal, pero al rato le dan ganas de saber si ganará Vicky o le darán el premio al jovencito --¿cómo era?--, ah, sí, Mateo, y vuelve al redil. Se ha puesto la cosa en España que si usted no sabe deconstruir un rodaballo --supongo que el que sepa lo hará con lágrimas en los ojos por cometer tamaña fechoría contra el noble pez-- es un ignorante de libro, y si no le gusta la cocina --bueno, la gastronomía-- puede considerarse un excluido social.

Anoche daban en TVE la final del concurso, así que ya sabrán ustedes quién es el nuevo masterchef español. Si les interesa conocer al masterchef australiano, o al norteamericano, los emiten en esos canales perdidos o en internet. La dinámica es la misma, el decorado casi idéntico y las borderías iguales, aunque la comida española parece sensiblemente más rica y mejor elaborada.

Pues el último programa del Masterchef español perdió mucho con la ausencia de Emil. Este publicista era, al parecer, un excelente cocinero (el próximo avance del concurso tiene que ser que los espectadores probemos los platos de alguna forma, pues no tenemos certeza de los fallos y excelencias de los concursantes), pero no solo no llegó a la final, sino que fue expulsado en el antepenúltimo episodio. Al día siguiente ya estaba declarando a la prensa que los mejores platos fueron los suyos y que había sido eliminado por otras razones.

Entre ellas no sería la menor lo sobrado que iba el sujeto. Eso le daba el mayor de los encantos, pero no la simpatía de los jueces, que parecen reclamar cierto grado de sumisión de los concursantes. Ese "sí, chef" que repiten los cocineros "aspirantes" como un mantra me ha traído a la memoria mis lecturas adolescentes de los clásicos ilustrados de Bruguera, aquellos libros que incluían la novela y, en las páginas impares, la misma narración en un cómic. En ellos seguí ávidamente y en un mar de lágrimas La cabaña del tío Tom y las aventuras de la sin par Pollyanna , esa niña huérfana que padecía los desprecios de su tía Polly --"sí, tía Polly", decía la chiquilla-- que tanto me recuerdan a los desprecios del jurado de Masterchef . Para mí que los fetichistas, los sados y los amantes de las diversidades sexuales imaginativas ya no piensan en la enfermera armada de jeringuillas ni en la temible policía con liguero, sino en esa gobernanta de pelo tirante y sus dos caballeros cocineros, todos cuchara en mano, mirando fíjamente, midiendo los silencios y diciendo "no esperaba esto de ti". Ay, el delicioso castigo de los fogones.