"¡Qué testimonio nos da este Papa! ¡Cómo hemos de quererle y seguirlo! Francisco es un regalo de Dios a toda su Iglesia santa. ¡Cómo brilla en él la cercanía de Dios! Es un testigo del Dios misericordioso, amigo fuerte de Dios". Me vienen a la memoria estas palabras del cardenal Cañizares sobre la figura de Francisco, llevando el timón de la barca de Pedro. Continúan llegándonos las imágenes de su recorrido por las naciones africanas, los textos de sus discursos convertidos en clamor, denunciando los problemas de las gentes más sencillas, señalando con el dedo las causas de tantas situaciones degradantes, abogando por los pobres, pidiendo la erradicación de las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres y que ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Francisco pide a voz en grito "no matar en nombre de Dios", denuncia "la manipulación religiosa del terror" y demanda que se detenga "la destrucción de la naturaleza", haciendo un llamamiento a los líderes internacionales que se reunirán en París para celebrar la Cumbre del Clima: "Sería triste, y me atrevo de decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común. Desgraciadamente, la globalización de la indiferencia nos va acostumbrando lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal". Hombre de paz y paladín de una ecología integral, Francisco se va mostrando como el Papa de los derechos de la naturaleza. Su viaje por tierras africanas, ahora en Uganda, quiere ser algo más que "un paño de lágrimas", alzándose como antorcha que ilumine mentes y paisajes: "Son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho". ¡Qué buen samaritano para nuestro tiempo!

* Sacerdote y periodista