Si hay un bien químicamente puro, ese es la educación. Si hay una ambrosía y un néctar para los mortales, es la educación. Los beneficios mayores --la libertad, la paz, la justicia, la igualdad--- nos vienen por ella. No existe manjar más sabroso ni oro de más quilates. Y ninguna cosa nos conviene más. La necesitamos a torrentes, a diluvios. La labranza de esta miel inmaterial es nuestro destino. Todos tenemos la misma cosa que hacer: educarnos.

Por tanto, la tarea primordial de la política debe ser la educación. Es un imperativo categórico. Nada puede estar por encima. O el desarrollo humano es lo primero o la política pierde toda perspectiva. Hacer hombres sabios, justos y de sentimientos nobles: he aquí el asunto nacional prioritario, la misión histórica de los gobernantes. No existe espejo más claro en el que mirarse una sociedad que la ilustración de sus gentes.

Sin embargo, vivimos una larga pesadilla de sucesos. Se toman medidas educativas marcadas por los hacedores de dinero, no por los hacedores de hombres. La economía se yergue sobre la pedagogía, el mercado sobre la sociedad, la materia muerta sobre la viva. La educación es un gran cuento chino. Volvemos a una forma primitiva de educar, a la edad en la que los hombres ejercitaban el mordisco. Reválidas, ¿qué harán las reválidas? ¿Y las tasas? Presumo que cribar, separar al grande del humilde, al rico del pobre, al que pretende un título académico para valer en el mercado del que solo busca uno humano para valer en la vida. ¿Cuántos libros no serán leídos, cuántos poemas no escritos, cuántos sueños no hechos realidad?

¡Educación, dolorosa ironía!: no puede negarse a nadie, y se niega; a ningún precio ni oro se puede vender, y se vende; hay que darla a manos llenas, y se da en míseros hilillos; constituye el fin último, y es el medio para escalar todos los escalafones. ¡Malos tiempos, malos tiempos para la educación! ¡Se quiebra como un vidrio!

Pobreza económica más pobreza cultural: martillazo en los lomos, martillazo en el alma; sequedad en el bolsillo y en el corazón; anemia física y psíquica; rebajamiento absoluto del ser humano, sin fortuna ya ni esperanza. Y si el primer daño nos punza y nos mueve a luchar, el segundo nos adormece y nos hace conformistas. Quien menos sabe menos quiere saber.

¡Calidad! ¡Mejora de la calidad educativa! Pero, ¿apartando a los que estropean las estadísticas? ¿Por un lado los que brillan y por otro los que no? ¿Aquí los de la capacidad y allí los de la necesidad? Me parece una visión deshonesta y un interesado error. Esto no es calidad, no calidad educativa. Calidad educativa es calidad humana, humanidad, y esta exige el roce y la esencial cercanía de todos. Además, nadie puede construir su identidad entre similares. Para saber quién soy necesito al diferente. La homogeneidad me estorba para hacerme como ser genuino.

Cuento harto repetido es que muchos niños no son capaces de ciencia ni de arte. No podía hallarse fórmula más precisa para descoyuntar y dividir la escuela, para hacer de ella una rígida y cristalizada colmena. ¡Niños en mundos aparte!: ¡qué animalada! Se ignora la sublime posibilidad que encierra el individuo.

Lo que fue un triunfo electoral se ha convertido en un desastre educativo. ¡La ley de las mayorías!: ¡grave error! La educación es un enorme deber con el porvenir, con las generaciones futuras, y estas no han votado.

No se trata de dar leyes, sino ideales. En España se clama por la educación, se formula una protesta honda, enérgica, sin más arma que las razones. Pero se han taponado los canales del oír.

* Directora del Departamento de

Educación de la UCO y concejala de

IU del Ayuntamiento de Córdoba