Egipto vive uno de sus momentos más críticos desde la caída del régimen de Hosni Mubarak, en febrero de 2011. Las fuerzas armadas y la policía, a las órdenes del General golpista Abdelfatah, junto al gabinete de transición, han llevado a cabo la masacre más sangrienta que recuerdan los egipcios en muchos años.

Las cifras oficiales reconocen 525 muertos y miles de heridos por bala (los datos son de ayer por la mañana). Informadores de medios internacionales han asegurado que el ejército disparaba desde los helicópteros a la masa de manifestantes de los hermanos musulmanes, al bulto. Tenían orden de disolver las acampadas en varios puntos del país a toda costa y sin reparar en medios. El resultado es dantesco.

Rápidamente se viene a la memoria lo ocurrido hace 20 años en Argelia, cuando el Frente Islámico de Salvación ganó las elecciones y su no reconocimiento costó la vida a 140.000 argelinos, que aún lloran el desastre de la intervención de occidente guardando en su interior un rencor justificado.

Egipto va por la misma senda. Los países occidentales que apoyaron, promovieron, alentaron y aplaudieron las movilizaciones contra el presidente democráticamente elegido, Mohamed Morsi, aceptando de muy buen grado el golpe de estado del ejército el 3 de julio pasado, ahora se rasgan las vestiduras y solicitan pare la represión y llaman a la calma para recuperar la senda democrática en el país. Los mismos que provocaron el golpe de estado para acabar con la democracia ahora quieren aparecer como sepulcros blanqueados.

Las reacciones de occidente son tímidas, demasiado tímidas. Recuerdan aquellas manifestaciones públicas de los expertos estadounidenses sobre los dictadores del cono sur, cuando indicaban que eran unos hijos de puta, pero que eran sus hijos de puta. Mucho me temo que hayamos entrado en la misma dinámica intervencionista (ahora en el mediterráneo africano), con mucha hipocresía, poca vergüenza y demasiados intereses económicos que no pueden justificarlo todo.

El gobierno de Morsi, de los hermanos musulmanes, resultó electo en unas elecciones limpias y democráticas. En un principio se le apoyó, pero al primer giro de políticas no complacientes con Occidente se organizó, maquinó, apoyó y ejecutó el golpe de estado. Cuando los resultados democráticos no nos gustan abortamos la democracia sin problema.

Miles de familias egipcias lloran hoy a sus muertos y heridos. Se ha declarado el estado de excepción y el toque de queda, comenzando en los próximos días una persecución selectiva de los cuadros de los hermanos musulmanes para desmantelar las protestas desde abajo. Las cárceles se llenarán de aquellos que hace un año hacían campaña electoral por todo Egipto y celebraban el triunfo en las elecciones con libertad.

El conflicto está servido y occidente debería comenzar pidiendo perdón por apoyar el Golpe de Estado. Desestabilizar Egipto es poner en riesgo toda la zona y asesinar a personas desde los helicópteros sólo ayuda a que la rebelión se generalice en pos de una situación de guerra civil.

* Asesor en Relaciones Internacionales y Cooperación